El rap de Nietzsche

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Queridos cavernioyentes, mientras en alguna cueva “más allá de esta” preparan la nochebuena con su pesebre y sus angelitos, aquí, en nuestro mundano mundo, se está armando un auténtico belén. Según me han contado (en rigurosa exclusiva) algunos filósofos subversivos van a celebrar una extraña navidad invertida. Según ellos, todos seguidores de un tal Nietzsche, el dios ha muerto y, en su lugar, ha nacido el anticristo, o, según otros (la información es confusa), el superhombre.

Dicen, también, que la llegada (o, mejor, retorno) de este no-salvador, anunciada por un tal Zaratustra, va a ser celebrada, a modo de villancico raro, por el famoso rapero y medium Piter, al que tal vez recuerden por temas como Parménides de Elea, y al que tenemos de nuevo aquí, justo antes de que entre de nuevo en trance.

- Piter, ¿preparado para ser poseido por el espíritu dionisíaco de la música?
- Preparado.
- Piter, en vuestro diabólico belén, por así decir, el filósofo Nietzsche es una figura central. Me han dicho, además, que de tanto leerlo te has vuelto, como él, un filósofo destroyer. 
- Bueno, yo ya era destroyer. Ahora soy, además, filósofo.

Muy bien, Piter, observamos ya que tu lengua toma la forma de martillo y que se te empiezan a mover las manos. Pero antes de dejar que interpretes el rap de Nietzsche que has compuesto, recordar a los oyentes que la versión en vídeo está en youtube, realizada, de nuevo, junto a tu compinche Álvaro@shotsbuster

Cavernícolas nuestros: feliciten este año la navidad con este rap pegadizo como un eterno retorno: Dios ha muerto... Piter ha vuelto...




El rap de Nietzsche es una creación de Pedro "Piter" Fernández (3.14t3rmusic@gmail.com). Guión radiofónico: Víctor Bermúdez. Voces: Víctor Bermúdez y Pedro Fernández. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Realización de vídeo Álvaro Shotsbuster (shotsbuster@gmail.com) Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.


Gorgias y la nada

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Alicia.- Dicen que dices que puedes hablar de todo.
Gorgias.- Así es: lo digo, y puedo hacerlo.
Alicia.- A cambio de algo.
Gorgias.- ¿Te parece mal negocio, todo a cambio de solo algo?
Alicia.- No, demuestra una gran capacidad y generosidad. Pero… ¿serías capaz de hablar de algo a cambio de nada? Es que estoy deseando escucharte y hablar contigo, pero no tengo nada.
Gorgias.- Te ofrezco, entonces, este algo: hablarte de eso que tienes: de nada. ¡A cambio de nada, es lo más justo!
Alicia.- ¿¡No vas a hablarme, entonces!? ¡Esa no es tu fama!
Gorgias.- ¡No, muchacha, no soy tan mezquino! Te lo diré de modo que me entiendas: no voy a no hablarte, sino que voy a hablarte de no.
Alicia.- ¡Ah!, eso me parece totalmente diferente. ¡Suena chistoso!
Gorgias.- Lo chistoso siempre es profundo. Verás: los viejos filósofos hablaban continuamente del todo, ¡nadie defendía a la pobre nada! Sin embargo, chiquilla, te diré un pensamiento muy liberador: en verdad, nada es.
Alicia.- ¿Cómo es eso?
Gorgias.- Puedes probarlo con el método de caza de cerco. Verás: ¿lo que es, procede de algo o de nada?
Alicia.- De algo.
Gorgias.- Pero si todo procede de otro algo, no ha podido llegar a ser, pues nunca se habrá terminado de empezar.
Alicia.- Quizás lo primero no procede… de sí mismo…
Gorgias.- ¿Quieres decir que estaba antes que sí mismo?
Alicia.- O, mejor, que no necesita tener origen...
Gorgias.- ¿Una cosa sin principio no es ilimitada, o infinita?
Alicia.- Sí, supongo.
Gorgias.- Pero ¿tú puedes entender algo que no tiene fines ni principios? Yo, por mi parte, admito que algo así me supera.
Alicia.- Pero, si todo es nada, ¿cómo es que pensamos en las cosas?
Gorgias.- Sin pedirte nada a cambio, te hablaré de otra nadería: en verdad, aunque existiese algo en vez de nada, ni tú ni yo podríamos conocerlo.
Alicia.- ¿Cómo es eso?
Gorgias.- Razónalo también por eliminación: si conoces algo, entonces es que tu pensamiento es lo mismo que eso que conoces.
Alicia.- ¡Claro!
Gorgias.- pero, entonces, el pensamiento y la cosa son lo mismo. Ahora bien, esto es falso, porque, de ser así, ningún pensamiento podría estar equivocado: por ejemplo, cuando piensas en Pegaso.
Alicia.- Bueno, es que el pensamiento y las cosas no son exactamente lo mismo. De hecho, cuando estamos equivocados son muy diferentes. Y cuando estamos en lo cierto, lo que pasa es solo que se parecen, ¿no?
Gorgias.- ¿Se parecen, como la persona y el reflejo en el río?
Alicia.- Más o menos.
Gorgias.- Pero, ¿cómo puedes saber cuándo lo que piensas se parece a la cosa en la que estás pensando? ¿Acaso puedes salir de tu pensamiento para compararlos a él y a las cosas, o bien siempre estás dentro de él?
Alicia.- ¿Entonces, de qué estamos hablando tú y yo ahora?
Gorgias.- Hemos convenido desde el principio en que hablamos de nada. Porque has de saber (he aquí mi tercer regalo para una chica tan inteligente) que, si hubiera algo e incluso se lo pudiera pensar, tampoco podríamos hablar de ello ni ponerle nombre.
Alicia.- ¿¡Tampoco!? ¿Cómo demuestras eso?
Gorgias.- Así: ¿cómo sabes lo que significa cada palabra? ¿Es que estas son también “parecidas” a las cosas, o a los pensamientos?
Alicia.- Eso iba a decir…
Gorgias.- ¿En qué se parece la palabra ‘pegaso’ al Pegaso? ¿En las patas, o en las alas?
Alicia.- Es verdad. Pero, ¿no hay, al menos, una palabra para cada pensamiento y cada cosa?
Gorgias.- Pero, si no se parecen, ¿cómo sabes cuál es de cuál? ¡Fíjate en que tenemos una palabra hasta para la nada!
Alicia.- ¡Cierto!
Gorgias.- Pero si puede haber una palabra para nada, es que nada tiene que tener una palabra para ser acerca de algo.
Alicia.- ¿Cómo nos entendemos entonces, tú y yo por ejemplo?
Gorgias.- No nos entendemos. ¿Cómo íbamos a entendernos si estamos hablando de nada? Pero al menos nosotros lo sabemos. Otros creen estar hablando de todo sin llegar a decir algo.
Alicia.- ¡Impresionantes razonamientos! ¿Entonces, qué dices tú que es la verdad?
Gorgias.- ¿La verdad? ¡Ay!, para los mortales, es solo una convicción muy fuerte… la de hoy.
Alicia.- ¿Y qué sacamos de ahí, maestro Gorgias?
Gorgias.- Deberíamos sacar acaso esto: nuestra razón es un juguete. No debemos tomarla demasiado en serio. Lo que deberíamos hacer es vivir y dejar vivir. ¿Vienes a comer con unos cuantos amigos, que hacemos una fiesta hoy?
Alicia.- ¿Cuál fiesta?
Gorgias.- ¿Preguntas qué celebramos? Exactamente nada.
Alicia.- ¡Claro, contad conmigo! ¡Muchas gracias!
Gorgias.- ¡De nada!


El famoso sofista Gorgias escribió un discurso “Acerca del No-ser”, en que defendía justo lo contrario de lo que habían defendido filósofos como Parménides. Puede parecer un juego de palabras, pero en realidad es la más antigua y quizás mejor exposición del nihilismo metafísico. Por ese tiempo, en la lejana India, el sabio Sidharta, llamado el Buda (o sea, el despierto) también predicó que, detrás de todos los fenómenos, lo único que hay es vacuidad. Comprender esa presunta verdad, nos liberaría del sufrimiento.


¿Qué crees? ¿Puede defenderse sensatamente que, en realidad, todo es nada, o bien necesariamente tiene que existir algo? 

Guión: Juan Antonio Negrete. Actores: Jonathan González e Inmaculada Morillo. Voces: Inmaculada Morillo y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

El discurso de Protágoras

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Queridos ciudadanos de Atenas,
cuantos os venís a inscribir en este curso, haciendo un esfuerzo económico que podíais haber destinado a cosas más usuales y aparentemente prácticas, queréis, es de suponer, aprender algo de este presunto sabio que soy yo. Muy bien. Y ¿qué es lo andáis buscando? ¿Qué puede aportaros un humilde extranjero, sin más oficio que la palabra?

A quienes crean que les voy a mostrar todo lo divino y humano, ya les digo de antemano que de los dioses no diré nada, porque no tengo la capacidad suficiente para ello. Yo me limitaré a lo solo humano, que ya es bastante. Os hablaré de la verdad, tal como yo la entiendo. Y os enseñaré lo más útil para vuestras vidas. Pero, sobre todo, querría que, después de este curso, fueseis mejores ciudadanos, de vuestra ciudad y del mundo.

La Verdad…: ¡grandilocuente palabra! Algunos de vosotros habréis leído los libros de los sabios, de Tales el milesio, de Anaxágoras o del oscuro Heráclito. Todos y cada uno de ellos tienen una verdad que ofrecernos, y su verdad es, si les creemos, la Verdad absoluta y última. Desgraciadamente, es imposible encontrar a dos de ellos que enseñen la misma verdad. 

Pues bien, yo, que también me he devanado los sesos con sus difíciles libros, he llegado a una convicción. Os la voy a decir desde ahora mismo: la verdad que he descubierto, escuchad, es… que no existe la verdad. No hay la Verdad absoluta, y es inútil buscarla. Hay tu verdad, la de Homero, la de tu vecino Giorgios... Pero no hay La Verdad, sola y única. Y si la hubiera, nosotros no podríamos conocerla. 

¿Por qué pienso así? Os lo explicaré de manera sencilla: lo que yo veo y creo, no puede ser falso para mí. Puede serlo para ti, pero eso es otro asunto. Si tú me convences de algo, entonces habrás cambiado mi creencia, acercándola a la tuya, pero no estaremos ahora más cerca de la Verdad. La Verdad, sin relación contigo o conmigo, carece de sentido. ¿Comprendéis? Cada ser humano es la medida de todo, de lo que existe y de lo que no. 

Muy bien -me diréis-, entonces ¿qué tienes tú que enseñarnos?, ¿por qué habríamos de darte nuestros ahorros?” Aquí pasamos a lo segundo y más importante. ¡Claro que no todas las creencias son iguales!, ¡claro que hay sabios e ignorantes! Pero ¿qué es lo que distingue al uno del otro? No –os lo repito- el que uno sepa la Verdad con mayúsculas y el otro no. La diferencia consiste en que unos puntos de vista son más útiles que otros. Y esto es lo verdaderamente importante. Yo querría enseñaros, no la verdad, sino la creencia más conveniente y útil. 

Ahora, ¿qué necesitamos para eso? En primer lugar, conocer nuestros deseos. ¿Cuáles son nuestros deseos? Los filósofos dicen saber qué tenemos que desear tú y yo. Igual que creen que hay una Verdad absoluta, creen que existe lo Bueno en sí. Pero mirad lo que os digo: yo he viajado mucho. Y ¿sabéis qué he comprobado? He comprobado que en cada sitio la gente creía que lo bueno por naturaleza era lo que hacían ellos, aunque para las personas de otros lugares se tratase de cosas abominables. Unos pueblos comen carne, otros no quieren ni verla; unos se afeitan la cabeza, otros se dejan melena; incluso sé de pueblos que comen carne humana. ¿Puede alguien decir que unas de esas cosas son buenas y otras malas? No puede. Lo bueno, para uno, es lo que uno quiere y desea. Miraos, pues, a vosotros mismos y preguntaros: ¿qué me gusta a mí, verdaderamente? Porque eso tampoco puedo enseñároslo yo.

Pero hay algo necesario, después de vuestros deseos: los medios para satisfacerlos. Y aquí es donde entra mi enseñanza. Escuchad ahora bien: ¿sabéis cuál es la herramienta más útil de todas? ¿No? Pues, nos la dieron los dioses para que nos pudiéramos proteger de la naturaleza. Esa herramienta se llama Palabra. La Palabra es lo más útil que hay. Quien sabe manejar esta herramienta, sabe todo lo que un mortal puede saber para hacer su vida mejor.

Eso es lo que os enseñaré yo: los secretos de la Palabra y de su hija la Política. 

A quienes esto les parezca poco, pueden ya dirigirse a alguno de esos otros filósofos que conocéis. Yo mismo os daré varias direcciones, porque las frecuenté en otros tiempos. Al resto de vosotros, bienvenidos. Si os quedáis, habré demostrado hoy mismo que, efectivamente, la palabra es el mejor instrumento.



El famoso sofista Protágoras ganó gran fama y fortuna económica enseñando oratoria y defendiendo la teoría de que no existe ninguna verdad absoluta sino que cada uno es la medida de la verdad y el valor de las cosas.

¿Qué crees? ¿La verdad algo relativo a cada sujeto, o, según escribió Machado, “tu verdad no, la Verdad, y vente conmigo a buscarla (...)”?



Guión: Juan Antonio Negrete. Actor: Jonathan González.. Voces: Inmaculada Morillo y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Los pitagóricos y la transmigración de las almas.

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M.- ¡Querido amigo, bienvenido!, ¡dame un abrazo! En cuanto he sabido que volvías a casa, he venido al puerto a buscarte. ¿Nos harás el favor de comer hoy con nosotros?
P.- ¡Desde luego! Eso sí, tengo que advertirte que ya hace tiempo que no como carne.
M.- Sí, te veo algo más magro, aunque de aspecto sano. ¿Tan mala es la carne en tierras itálicas?
P.- ¡Ellos presumen de tener mejores reses que aquí en el Asia Menor!
M.- Eso he oído…
P.- Pero en Sicilia he conocido a una comunidad de filósofos que me ha enseñado, entre otras cosas, que todas las almas son hermanas y viajan de cuerpo en cuerpo. ¡Quizás ese cordero que te vas a comer fue un abuelo tuyo, o podrías ser tú mismo, en otro tiempo!
M.- ¡Curiosa creencia!, que, según tengo entendido, también sostienen los santones de la India. ¿Recuerdas que el maestro Tales decía que todo está lleno de principio vital? El nos convenció de que lo que llamamos nacimiento y muerte es solo una manera humana de hablar, y que, en realidad, todo son transformaciones del mismo fluido primigenio.
P.- Precisamente de eso me gustaría dialogar contigo. Lo que he escuchado en aquella escuela, fundada por un tal Pitágoras (un hombre extraordinario, una especie de encarnación de Apolo, si haces caso a sus discípulos), me ha hecho pensar más profundamente en todo eso.
M.- ¡Excelente! ¿Me lo cuentas ya, mientras caminamos a casa?
P.- Desde luego. Vamos a ver: nosotros siempre hemos pensado eso que recordabas. Sin embargo, a veces nos hemos preguntado por qué la sustancia primitiva se transforma en esto o en lo otro, por qué no es siempre uniforme, o al menos caótica. Yo no conocí a Tales, pero lo que le escuché a los que sí hablaron con él, no me resultó claro como… el agua, digamos.
M.- ¿Por qué?
P.- Me parece que son dos cosas distintas la materia con la que se hace todo, y las formas que adopta esa masa en cada momento. Las formas no se transforman, ellas mismas, sino que son eternas. La forma Tres, por ejemplo, es siempre la misma, y da forma a todos los cuerpos que tienen algo ternario, por ejemplo, a la letra delta.
M.- Bella explicación. Ahora bien: ¿cómo pueden esas formas, que –según te entiendo- no son corpóreas, causar algo sobre materia?
P.- ¡Esa es la pregunta! Y aquí es donde realmente empieza la enseñanza de los pitagóricos: según ellos, en verdad no existe otra cosa que formas. Más en concreto, números: todo es número. No me extraña que pongas esa cara, es lo que me ocurrió a mí las mil primeras veces que lo escuché...
M.- Explícamelo mejor, por favor.
P.- Escucha [con misterio] : supongo que crees que, en realidad, los colores, los olores, los sonidos… no son tal como los percibimos: en verdad, según los físicos, son movimientos de elementos más simples, y, en el fondo, del Agua misma.
M.- Sí, eso creo.
P.- Pues bien, da un paso más y piensa que todo lo que llamamos cuerpos son, en realidad, puras formas o números, percibidos inadecuadamente por nuestra alma…
M.- … que también es un número, supongo…
P.- Supones perfectamente. De modo que, por decirlo así, ellos han dado la vuelta a la tortilla que hicieron nuestros maestros.
M.- Veo que tu estancia en Sicilia no ha sido en vano. Tendré que pensarlo detenidamente.
P.- Pues he aquí lo mejor que creo haber aprendido de ellos, y por lo que no me avergüenzo de llamarme pitagórico: es verdad que nacimiento y muerte son una ilusión, pero no porque seamos caducas transformaciones del Agua, sino porque somos formas inmortales, que se manifiestan en muchos lugares y tiempos sin dejar de ser las mismas. Por eso debemos respetar las otras formas de vida, y purificarnos, mediante el conocimiento de los sagrados números.
M.- ¡Escucha: me has aguado la fiesta que te tenía preparada, y me dará pudor morder la pierna de cordero delante de ti...! Solo te lo perdono porque a cambio me has traído de Italia ideas sustanciosas que roer. ¿Al menos aceptarás un buen vino que llegó hace poco del Ática, o tampoco eso está permitido a un ser puro?
P.-¡ Yo soy un modesto principiante! Compartiré contigo esa mezcla de agua y luz que te han traído unos amigos.


Ya desde las primeras escuelas del pensamiento griego, surgieron dos modos diferentes de concebir la realidad.
Según unos, toda ella es, en el fondo, transformaciones de una única sustancia.
Según otros, en cambio, la realidad está constituida, en el fondo, por formas eternas (números, por ejemplo).
Según los pitagóricos, todo ser es un cierto número, y su esencia transmigra de cuerpo en cuerpo, buscando su pureza o armonía.

¿Qué piensas? ¿Vida y muerte son como el surgir y morir de las olas de una misma materia común, o bien cada uno de los seres es algo indisoluble, que subsiste a través de sus diferentes muertes corpóreas?


Guión: Juan Antonio Negrete. Actores: Jonathan González y Víctor Bermúdez. Voces: Inmaculada Morillo y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Parménides

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Parménides.- Buenas tardes, vecino Giorgios.
Giorgios.- Buenas tardes, Parménides.
Parménides.- ¡Veo que vagas libre y ocioso! ¿Querrás hablar conmigo?
Giorgios.- Bueno… vengo de la era y…
Parménides.- ¿¡De la era!?, ¡perfecto! De eso querría hablarte, precisamente: de lo que era, de lo que será y, sobre todo, de lo que es.
Giorgios.- ¡Jajaja! Chistosa manera… [para sí] de no dejar escapada a uno.
Parménides.- Veamos, amigo Giorgios: lo que es, es, y lo que no es, no es, ¿no estás de acuerdo?
Giorgios.- ¡Para, para, no te lances!, espera que lo piense, que me ha dado hoy mucho calor en la cabeza. ¿A ver? Sí: lo que es, es, lo que no es, no es. Ya lo decía mi abuela.
Parménides.- A ver si decía esto también: pensamos lo que es, ¿no es así?
Giorgios.- ¿Lo que es qué?
Parménides.- Lo que es ser, o sea, real. Si pensáramos lo que no es, pensaríamos en nada. Y si pensamos en nada, no estamos pensando, aunque lo parezca, ¿no crees?
Giorgios.- Si me tengo que parar a discutírtelo, estamos aquí hasta mañana. Pero ¿a dónde quieres ir a parar?
Parménides.- A lo siguiente, ¿cuántos seres hay, en realidad?
Giorgios.- Yo no los he contado, tengo muchas cosas que hacer.
Parménides.- Pues no te hace falta, porque ya te digo yo que hay sólo uno: el Ser.
Giorgios.- Me informas de algo en extremo novedoso, que no sé si va a creerlo mi familia.
Parménides.- Si razonan, lo creerán. Diles: supongamos, por simplificar, que hubiese sólo dos seres. ¿En qué se diferenciarían?
Giorgios.- Depende de qué seres sean, dos habichuelas o dos perros de Esparta.
Parménides.- Serán, antes que nada, dos seres o cosas, ¿no es así?
Giorgios.- ¡Que no te oiga un perro de Esparta llamarlo cosa!
Parménides.- Pero, claro, en el ser no se diferencian. Y si no se diferencian en el ser, se tienen que diferenciar en el no-ser: uno no-es el otro, el otro no-es el uno, ¿no te parece?
Giorgios.- Sigo no-viendo tus ocultas intenciones. Eso sí, no lo estás arreglando con los perros laconios, llamándolos no-seres.
Parménides.- Ahora bien, hemos dicho que el no-ser no es ¿no? Entonces ¿cómo vamos a distinguir las cosas mediante el no-ser? Pero tampoco se distinguen por el ser. Así que no se distinguen en realidad, ¿lo ves?
Giorgios.- Lo veo y no lo veo…
Parménides.- Te pondré un ejemplo.
Giorgios.- Te lo agradezco dos veces.
Parménides.- Imagínate que todas las cosas fueran blancas. ¿Podrías distinguirlas?
Giorgios.- Por el tacto, o poniendo el oído.
Parménides.- Eso es, compañero. Pero fíjate que fuera del ser no hay nada, como sí lo hay fuera del color. Así que no puedes distinguir las cosas por algo que haya fuera del ser (pues no lo hay), ni, desde luego, por el ser mismo. Luego llegamos a la conclusión de que todo es uno, inmóvil y eterno… aunque los mortales, que estamos más bien soñando, creemos que hay muchas cosas y que cambian.
Giorgios.- Oye, Parménides, y esto… ¿para qué te sirve?
Parménides.- ¿Que para qué? Te acabas de ganar otro razonamiento. Cuando queremos algo o a alguien lo queremos por lo que es él mismo ¿no?
Giorgios.- Claro, eso lo decía mi abuela también.
Parménides.- A ver, cuando quieres algo para algo, no lo quieres por sí mismo, sino por su utilidad. Te pongo como ejemplo tu martillo, que sólo te acuerdas de él cuando tienes un clavo que clavar.
Giorgios.- Bueno, yo a mi martillo le tengo mucho cariño: era de mi abuela.
Parménides.- Me parece estupendo. Pero cuando quieres verdaderamente a algo, no lo quieres para nada, sino por sí mismo. ¿Estamos de acuerdo? ¡Así es mi amor por los razonamientos…!
Giorgios.- No hay quien te calle, eso sí que es cierto. Pero pareces buena persona. Calicles, mi cuñado, dice que eres un loco inofensivo.






Parménides de Elea, filósofo griego del siglo V. a. c., defendió, en su poema “Acerca de la Naturaleza”, que la realidad consiste en único ser, perfecto y absoluto. La diversidad de cosas que vemos, así como el movimiento y todos los cambios, serían una pura ilusión humana.
Una visión así, que se llama monismo (del griego monos, uno) se puede encontrar también en algunas corrientes místicas de otras civilizaciones, tales como en la filosofía vedanta del hinduismo o en el sufismo dentro del Islam.

¿Qué crees? ¿Es razonable pensar que todo cuanto vemos es una pura ilusión, y que, en realidad, todas las cosas son, en el fondo, una?

Guión: Juan Antonio Negrete. Actores: Jonathan González y Víctor Bermúdez. Voces: Inmaculada Morillo y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

El rap de Parménides.

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El bombazo filosófico de la temporada, el rap de Parménides y los Eleatas, escrito e interpretado por Pedro "Piter" Fernández (@peterferpa), que empezó a cantarse en el aula de un instituto de Mérida y que acabamos de escuchar en vivo en el Eleam Cave Garden, se difunde también a través de este videoclip realizado por Álvaro G. Pacheco (@shotsbuster). 





El rap de Parménides es una creación de Pedro "Piter" Fernández. Guión radiofónico: Víctor Bermúdez. Voces: Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.




Del mito al logos. Tales y el escriba.


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Tales.- Bien, querido maestro: ya he preparado mis cosas, dentro de un momento parto para Mileto.
Escriba.- Como quieras, amigo Tales, no te insistiré más…
Tales.- Quiero repetirte mi enorme agradecimiento por haberme hecho partícipe de vuestra sabiduría, especialmente en astronomía y geometría. Los griegos, quiero creer, siempre seremos conscientes de la deuda que tenemos con Egipto. Sois algo así como nuestro abuelo sabio.
Escriba.- Pero, ¿por qué, entonces, no te quedas aquí, compartiendo y acrecentando este saber? Serías un gran maestro, por tu penetración y tus moderadas necesidades. ¡A cuántos escribas egipcios, ignorantes y glotones, podrías servir de ejemplo!
Tales.- No tengo palabras para agradecer tu estima, que no merezco…
Escriba.- ¡Déjate de eso! ¿Qué te reclama en Grecia? Tú mismo nos has contado cómo allí los sabios tienen que buscar su supervivencia entre la incomprensión y las burlas del pueblo, rebelde y desobediente, que cree que lo sabe todo. Estáis perdiendo el sentido de lo divino y del poder, y cada vez más os gobiernan los comerciantes y los aduladores.
Tales.- Tienes razón. Con todo, maestro, prefiero volver a Grecia.
Escriba.- ¿Sabes? Creo que, por alguna extraña razón, no me explicas por qué…
Tales.- Aciertas. Y me doy cuenta de que, con eso, demuestro mi falta de agradecimiento y mi doblez griega… Así que, voy a decírtelo, aunque ello sea mi ruina.
Escriba.- Habla sin miedo.
Tales.- Maestro, creo que vuestra civilización, perfectamente organizada como una colmena, con un rey nombrado por el Dios de la Luz universal, y que repite año tras año el mismo ritual, está, en verdad… muerta. Sois un pueblo inmóvil, como vuestros túmulos al faraón. En cambio, los griegos somos jóvenes, y, creo yo, estamos más vivos. Para alguien ansioso de conocimiento, es más interesante un charco griego, tempestuoso de vida y pensamiento, que un enorme estanque calmo.
Escriba.- ¿Pensamiento y vida en el desorden? ¡Pensamiento y vida son orden, a imitación del Cielo!
Tales.- Quizá el pensamiento y la vida de Ra sean así, pero no las nuestras. Nuestro pensamiento humano crece solo a partir de la pregunta, y nuestra vida, a partir de lo imprevisto. A vosotros no os quedan preguntas, porque vuestros mitos son incuestionables, dictados por un poder supremo absoluto. Y, aunque encierran, seguro, una gran sabiduría inconsciente, me parecen como… los cuentos y las instrucciones para los niños. Los griegos, en cambio, parecemos destinados a pedir razones y a no aceptar autoridad. Y eso es precisamente lo más importante…
Escriba.- Explícate.
Tales.- Yo quiero investigar, por mí mismo, las razones de todas las cosas por sí mismas: no para mayor honra de los dioses o del rey, ni por temor a ellos, sino para honra de la propia razón y por temor solo a la ignorancia. Los griegos dialogamos en la plaza (tienes razón, somos comerciantes…), no en la escuela, donde el maestro está elevado en su estrado. Los griegos no podríamos tolerar a un faraón, porque somos todos iguales.
Escriba.- ¿Con toda tu inteligencia no eres capaz de comprender que la igualdad de los hombres es una falsedad, promovida por los que quieren ganarse el apoyo bestial e ignorante de la masa?
Tales.- Los hombres somos desiguales, sí, por las circunstancias de la fortuna y la injusticia de la sociedad. Pero esa desigualdad de los hombres debe ser combatida y puesta a prueba en el diálogo en igualdad, y el poder debe circular entre todos, como el dinero.
Escriba.- ¿Así que crees que los griegos sois superiores a nosotros, los egipcios?
Tales.- Los griegos – te va a parecer absurdo –, solo creemos que somos superiores por una cosa: porque no creemos que haya ninguna civilización superior, sino que el Logos es único en todos los hombres, y a él deben responder también los dioses.
Escriba.- Tales, creo que, como dices, los griegos debéis de tener un destino nuevo, que nosotros no sabemos entender bien ni podríamos, quizá, soportar. Marcha, y ten toda la suerte y el amparo de los dioses.
Tales.- Gracias, maestro. Tendré siempre presente vuestra enseñanza.


Se dice que la filosofía nació en Grecia, y se nombra a Tales de Mileto como el primer filósofo.

¿En qué sentido es cierto esto? ¿Acaso las civilizaciones anteriores no se hicieron preguntas filosóficas? ¿No fueron, los propios filósofos griegos, conscientes de su deuda con aquellas? Tales, por ejemplo, viajó a Egipto y Pitágoras llegó hasta la India, buscando la sabiduría que atesoraban esas culturas.

Pese a todo, es difícil negar que Grecia supuso una revolución en el pensamiento. No existe, en las civilizaciones anteriores, la figura de un filósofo, es decir, de alguien que especula racionalmente sobre el origen y esencia de todas las cosas.

Antes de Grecia, las preguntas y respuestas filosóficas están inextricablemente unidas a los mitos, y gestionadas por las clases sacerdotales y los profetas. Hemos querido reflejar este cambio mediante este diálogo ficticio entre Tales de Mileto y un escriba egipcio.

¿Qué crees? ¿Puede decirse que, mientras no existe pensamiento autónomo, la humanidad se encuentra en un estadio “infantil”? ¿O quizás es nuestra visión etnocéntrica la que es incapaz de apreciar otras formas de sabiduría?


Guión: Juan Antonio Negrete. Actores: Jonathan González y Víctor Bermúdez. Voces: Inmaculada Morillo y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Quine



Hemos conseguido una entrevista con uno de los filósofos más importantes del siglo XX, el americano Willard Omar Quine, Quine para los amigos… de la filosofía, o sea, vosotras, vosotros y yo mismo. Le interrumpimos en una de sus aficiones preferidas, tocar el banjo.

Querido profesor, en nuestro programa intentamos acercar a la gente, a grandes filósofos como usted, sin embargo, con los contemporáneos nos cuesta un poco, porque tienen ustedes un lenguaje poco común… Por ejemplo, sus textos están llenos de fórmulas lógicas y palabras técnicas…
Quine.- Bueno, en realidad uso muy poquitas, una o dos por artículo, pero son necesarias: se trata de ser preciso en lo que dices, como hacen los científicos. Eso sí, ¡no vayas a meter en el mismo saco las fórmulas que usamos algunos con los galimatías que usan otros!
Pregunta.- ¿Cree usted que la filosofía puede ser como la ciencia?
Quine.- La filosofía es parte de la ciencia. No puede ser tan exacta como la física porque trata de cuestiones muy generales, casi puramente lógicas. Esa es toda la diferencia. No es la reina o de la ciencia, ni nada parecido.
Pregunta. –Vayamos a eso de lo que trata. La gente cree que los filósofos se preguntan por el sentido de la vida, de qué es lo bueno y lo bello… Pero en sus libros no hay casi nada de eso, o cuesta mucho verlo.
Quine.- Como dijo Wittgenstein, ¡pero no cumplió!: de lo que no se puede hablar es mejor callarse. Sí, nos gustaría poder decir algo preciso sobre esas grandes cuestiones, pero lamentablemente no podemos.
Pregunta.- Entonces, ¿de qué se puede hablar?
Quine.- Yo creo que solo la ciencia dice cosas que puedan ser verdaderas o falsas, porque, como se ha dicho tantas veces, es la que se atiene a la experiencia, a lo que podemos comprobar.
Pregunta.- Los filósofos se han preguntado siempre, por ejemplo, qué es real y qué es solo aparente, qué cosas existen. Sé que usted tiene algo que decir al respecto…
Quine.- Bien, a la palabra existir se le ha dado demasiada importancia tradicionalmente: no es para tanto. Decir que algo existe no es más que decir que una teoría científica implica que hay tal cosa, o, dicho más técnicamente, que aparece en la parte cuantificacional de una proposición. O sea, si yo digo, “algunos peces vuelan” me comprometo con que existen los peces. Pero no todo lo que ponemos así en el lenguaje corriente, es necesario ponerlo realmente ahí. Y, por supuesto, no todo sustantivo se refiere a una cosa real: ahí están los unicornios y los cuadrados redondos. Mi lema, en esto, es la sana navaja de Occam: vive y piensa con el menor número de cosas posible.
Pregunta.- ¡Vaya, eso ya tiene cierto parecido con una opinión moral!
Quine.- Es verdad, pero no te hagas muchas ilusiones: es una mera regla pragmática. Lo importante es si algo funciona: todo nuestro conocimiento se pone a prueba en la práctica.
Pregunta.- Un pensamiento es correcto si es práctico. Pero ¿práctico para qué?
Quine.- Muchacho, me intentas tirar de la lengua, y podría decirte muchas opiniones mías sobre ese para qué vivimos, cosa que me preocupa tanto como a ti. Pero entonces dejaríamos el terreno de lo que se puede decir rigurosamente, o sea, con pruebas, y pasaríamos a una tertulia literaria o a la barra de un bar. ¡Lo que no es nada despreciable! Te invito a una cerveza y hablamos todo lo que quieras de las profundidades insondables de la vida.
Pregunta: ¿Se lleva usted el banjo?
Quine.- ¡Claro! El filósofo, por cierto, es un poco como el artista del banjo: puede ser muy divertido y sonar muy bien, si uno se trabaja la técnica de las cuerdas y las púas.



Quine ha sido uno de los principales filósofos del siglo XX, en la rama analítica, presente sobre todo en los países anglosajones. Quine radicalizó el empirismo, esto es, la teoría de que todo nuestro conocimiento procede de la experiencia. Su radicalismo le llevó, curiosamente, a desmontar lo que él llamó algunos dogmas poco empiristas del empirismo, tales como que pueda distinguirse nítidamente, por un lado, los hechos empíricos, y, por otro, la teoría: el conocimiento forma un todo, que se presenta entero, según Quine, ante el tribunal de la experiencia. Si no funciona, tendemos a cambiar lo menos posible (esta es su “máxima de la mutilación mínima”. Su honestidad intelectual le llevó a reconocer que ciertas entidades abstractas, como los números, son ineliminables del lenguaje científico, de modo que tenemos que aceptar que existen, en el sentido en que Quine le da a esta palabra. Quine representa el caso extremo de lo que se llama cientificismo o naturalismo: todo lo que puede decirse con rigor, lo dice la ciencia. La metafísica es un uso confuso del lenguaje. Y la ética, la estética o la religión, son objeto del sentimiento, no del conocimiento: no son ni verdaderos ni falsos.

¿Qué piensas tú? ¿Es cierto que solo la ciencia puede producir verdadero conocimiento? ¿No es posible hablar con rigor de lo bueno, lo bello, del sentido de la vida o cualquier otra cuestión filosófica?



Guión: Juan Antonio Negrete. Actores: Jonathan González, Víctor Bermúdez y Antonio Blázquez. Voces: Chus García  y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Empiristas y racionalistas.

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Queridos cavernioyentes, hoy traemos un extraño diálogo, captado en uno de los sótanos de la caverna, entre un cavernisofo empirista y otro racionalista. Oigamos y pensemos...

E: (Exaltado) ¡Los hechos! ¡El experimento bien hecho! Gracias a eso el conocimiento ha avanzado a pasos de gigante desde la revolución científica hasta nuestros días.
R: O sea, que la verdad es lo que se corresponde con los hechos...
E: ¿Pero es que no lo ves?
R: Mmm...¿Y cómo estás seguro de que esta idea que tienes de la verdad es la verdadera?
E: No te entiendo.
R: ¿Por qué crees que sólo es creíble lo que se ve? ¿Ves también...eso? ¿Se demuestra con algún experimento que los experimentos son la forma adecuada de... demostrar?
E: ¡Por favor! Todos aceptamos que la realidad es lo que vemos, y que la verdad es lo que coincide con lo que vemos. ¡Es de sentido común!
R: Sí, es solo sentido común. Pero dejemos eso. ¿Qué pasa entonces con las verdades lógicas o matemáticas, como que dos más dos son cuatro? ¿También dependen de hechos visibles?
E: Pues sí. Los conceptos matemáticos son una abstracción a partir de la experiencia. Vemos cosas iguales, pero distintas, y de ahí obtenemos el concepto de cantidad o número... (Tajante) ¡Todo conocimiento es “a posteriori”!
R: (Simula dudar) No sé qué pensar.
E: ¿Por qué?
R: Si la verdad proviene de la experiencia entonces... toda verdad es problable.
E: ¿Cómo probable?
R: Bueno, depende de lo que observamos en el mundo ¿no? Pero como ese mundo cambia a cada instante la verdad que es ahora podría no ser verdad luego...
E: Cierto. Todas las verdades son probables.
R: Incluso la verdad de que toda verdad es probable tendría que ser probable, y también ésta última, y ésta, y… ¡Llegaríamos a la conclusión de que el conocimiento es absolutamente improbable!
E: (Un poco irritado) Eso es una exageración sin... fundamento empírico.
R: Tal vez. ¿Pero de veras crees que las verdades matemáticas son “probables”? ¿Sería posible concebir un mundo en que dos más dos fueran cinco?...
E.: No lo sé...
R.: Además, dices que aprendemos los números a partir de la experiencia. Pero, ¿no te parece que para tener la experiencia de dos, tres o cuantas cosas sean, hay que conocer antes los números?
E: ¿Cómo? ¿Insinúas que los bebés vienen al mundo sabiendo aritmética? ¡Eso es ridículo! Nacemos sin saber nada, y menos aún matemáticas. ¡Con lo difíciles que son!
R: Pero si los bebes nacieran sin ninguna capacidad lógica, ¿podrían aprender algo? Yo creo que necesitarían, al menos, algunas reglas. Como esa que permite abstraer a partir de la experiencia...
E: Hum. Vale. En eso tienes razón. ¡Pero eso no significa que sepamos ni matemática ni nada al nacer!... Simplemente, el cerebro humano cuenta con mecanismos con los que procesar la información desde que empieza a recibirla.
R: ¿Es entonces la lógica una especie de mecanismo cerebral?
E: Digamos que el cerebro funciona de cierta forma, y a eso le llamamos "lógica".
R: Mmm.. No sé si es muy lógico creer que las leyes lógicas estén ahí, entre las neuronas, obligando a que se comporten de cierta forma...
E: Bueno, tendríamos que saber mucha psiconeurología para discutir de esto.
R: ¿Sí? Bueno... Pasemos a otro tema. Si la verdad depende de lo que veo, la verdad sólo será mi verdad. Pues mis visiones son personales e intransferibles. El conocimiento empírico sería así, además de probable, muy subjetivo. ¿No crees?
E: (Muy seguro) ¡No, no lo creo! Una observación científica no es lo que ve una persona cualquiera, sino lo que ve un grupo de expertos.
R: ¿Y cómo pueden saber que ven lo mismo?
E: Pues porque lo describen de forma parecida.
R: O sea, que al final la verdad no es la correspondencia con lo que se ve, sino con lo que dicen que ven un grupo de expertos.
E: Claro.
R: ¿Y cómo sabremos si su interpretación es correcta?
E: Porque son expertos en su ciencia. Ya te lo he dicho. Saben mucho.
R: Pero yo creía que decías que el saber depende del ver. Y ahora me dices que es el ver el que depende del saber. (Simulando perplejidad) Esto del empirismo no es nada fácil.
E: Saber y ver dependen uno del otro.
R: ¿Y son igual de dependientes? ¿Se puede ver sin saber? ¿Podríamos ver algo de lo que no tuviéramos...ni idea?...
E: Habría que pensarlo.
R: Sí, mejor pensarlo que verlo.

¿Qué piensas tú? ¿Qué es más importante para conocer: la razón o la experiencia? ¿Se piensa según lo que se ve, o se ve según lo que se piensa?

Guión: Víctor Bermúdez . Actores:  Jonathan González, Víctor Bermúdez. Voces: Antonio Blázquez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.



Nietzsche y Platón: diálogo en la cumbre.

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Una tarde que andaba solo por el monte vi y oí dialogar a dos imágenes, que me parecieron las de Platón y Nietzsche. Se pararon cerca de mí, sin notar mi presencia, y miraron hacia la ciudad, al pie de la montaña, donde las gentes comerciaban, y reían y lloraban.

Nietzsche.- Míralos. Con sus afanes de siempre. Viven como amodorrados.
Platón.- Desde luego.
N.- ¡Pocos tienen la triste necesidad que tú y yo, la de pensar!
P.- ¿Necesidad, dices? ¿No será Libertad?
N.- Más valdría vivir, y no pensar.
P.- Y ¿qué es vivir sino pensar? ¡Nada!
N.- Y todo.
P.- ¿Les envidias?
N.- No, ellos ni piensan ni viven. Tú, aunque no existes, por lo menos piensas, y yo… Tú y yo somos un principio y un final. A mí me hubiera gustado ser ya otro principio, el de sólo vivir, pero he tenido la misión de ser sólo su anuncio…
P.- ¿De verdad crees eso? Pensaba que lo decías para consumo del vulgo.
N.- Quizás sea así. Si te digo la verdad, nunca he distinguido bien qué digo con convicción y qué digo en broma.
P.- Mejor así. Quien no vive en la ironía, malvive en la ignorancia. Pero, contéstame, ¿quién crees que viene después de quién, tú de mí o yo de ti?
N.- ¿¡lo preguntas en serio!? Sabes que lo que tú hiciste, eso que llaman Metafísica, ya no puede volver. Yo sólo he puesto el punto final que estaba pidiendo a gritos.
P.- Pero ¿no dices que todo se repite?
N.- ¿Me vas a decir que tú crees en el círculo, en el eterno retorno?
P.- No, eso es cosa de dioses… o de piedras. A los que, como tú o yo, estamos a medio camino entre unos y otros, nos cuadra mejor una espiral. Tú y yo somos puntos del mismo ciclo, pero los más alejados, y por eso los más cercanos, si trazas un corte en la espiral. ¿Sabes que en mi época hubo alguien muy parecido a ti?
N.- ¿A quién te refieres?
P.- A Calicles. Muchas de las cosas que dices las repetía él: que si el valor de las cosas lo decide la voluntad del fuerte, que si la filosofía es cosa de enfermos y que momifica cuanto toca… ¡Sí! Amaba la vida…
N.- ¿Y crees que tú le refutaste?
P.- No, yo no, lo hizo Sócrates.
N.- ¡Sócrates! ¡Ese santurrón!
P.- Sócrates fue el hombre más exigente, y el más valiente. ¡Compara tu vida o la mía con la suya!: tú y yo somos sólo pensadores: él era un vividor.
N.- También fue quien más se engañó a sí mismo. Para parecer más fuerte que Calicles tuvo que envenenar la vida con ideas. Es muy triste que los que son simple rebaño se hayan hecho con el poder.
P.- Amigo, eres una de las mentes más sensibles a la tragedia humana, al dolor, a la angustia, no me cabe duda… Y, ¿no es ese el problema para los filósofos?
N.- Sí. Lo que nos diferencia es las respuestas que damos.
P.- Tú has dicho a veces que tu filosofía es la contraria a la del viejo Parménides. Él dijo que todo es Uno y lo mismo, eterno, inmóvil; tú, que todo es diverso, cambiante, pasajero…
N.- Así es.
P.- ¿Y qué vamos a hacer entonces con vosotros? ¡Prescindimos de uno de los dos?
N.- O de los dos. Pero si prescindís de mí, os quedáis sin enemigo, ¡y entonces sí que os quedáis del todo secos y tiesos!
P.- Y ¿qué pasa si prescindimos del viejo Parménides? Tú has escrito: si eliminamos el mundo verdadero, no nos quedamos con el aparente…
N.- Exacto.
P.- Y has dicho, quizás, más verdad de la que crees. Sin lo Inmóvil, todo tu pensamiento se queda en la sombra. ¡Ya sí que podrías dedicarte sólo a lo que tú llamas vivir!: nada de pensar. Sólo a hacer nuestra santa voluntad, aquí y ahora.
N.- Como dioses.
P.- O como piedras. Pero los que vivimos en la mezcla no podemos prescindir de lo Uno y lo Otro, de lo Mismo y lo Diferente, de lo Eterno y lo Cambiante.
N.- Total, que somos pura contradicción. Y eso es lo que digo yo, al fin y al cabo.
P.- ¡No estaría mal que tú y yo estemos diciendo lo mismo! Pero falta un detalle: el amor, que es siempre búsqueda de unidad, y no ese revoltijo de lo uno y lo otro sin saber por qué.
N.- Has estado a punto de embrujarme otra vez. Pero no conseguiréis que me meta en la secta. Prefiero mi soledad en la nada que vuestro paraíso lleno de sonrisas sacerdotales.
P.- Dicho así, casi me embrujas tú a mí.
N.- ¿Bajamos?
P.- Vamos.
N.- ¿Qué les diremos a las gentes?
P.- Tú diles, una vez más, que Dios es, en realidad, el Hombre. Yo seguiré diciéndoles que el Hombre es, en realidad, Dios.
N.- ¡Sí! ¡Así podrán seguir diciendo que somos unos puros chalados!
P.- Pero a la vez no podrán prescindir de nosotros: somos su conciencia.
N.- ¡Qué vanidoso eres! Eso también lo comparto contigo.

(Y siguieron su paseo, bajando la ladera, mientras se hacía de noche).

Platón y Nietzsche son dos extremos de la reflexión filosófica. ¿Dónde te sitúas tu? ¿Eres platónico o nietzscheano?


Guión: Juan Antonio Negrete. Actores: Jonathan González, Víctor Bermúdez y Antonio Blázquez. Voces: Jonathan González y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Estoicos y epicúreos


[Suenan tambores, flautas, cánticos alegres que se alejan. A continuación un sonido de llamar a un portón, con golpes o con alguna campanilla. Se abre en seguida la puerta, sin esperar ni un segundo]

Petrus Petreo (con voz pétrea y enérgica): Soy Petrus el estoico. ¿Por qué razón habéis llamado?
Eirene (relajada): ¡Salud y alegría, amigo! Soy Eirene la epicúrea, y esta es mi amiga Parsimonia.
Petrús: ¿Y qué hacéis en mi puerta, tan lejos de vuestro epicúreo jardín?
Eirene: ¿Tu puerta? ¿Acaso eres portero?
Petrús: Sí, de la virtud. (melancólico) De la que me temo, ay, que siempre estoy a las puertas.
Eirene: ¡Pues no sufras más! ¡Hemos venido a salvarte de tus temores!
Petrus (con sorna e indiferencia): ¿Vosotras vais a hacerme virtuoso?
Eirene: Sí y no. Vamos a hacer que recuperes la cordura.
Petrús: Bien. Aunque no recordaba haberla perdido.
Parsimonia (muy lenta): La perdiste, hermano, desde el día en que fiaste la salud y el bienestar de tu alma a esa quimera que llamas “virtud”.
Petrús: ¿Salud del alma? ¿Bienestar? Hablas como uno de esos terapeutas baratos del futuro. Yo no quiero estar bien, sino ser bueno, y solo siendo bueno podré estar bien.
Eirene: ¿Y qué le falta al simple estar bien para ser lo mismo que ser bueno?
Petrus: Le falta lo bueno mismo, amiga. El bienestar que cultiváis en vuestro jardín no es propio de hombres, sino de animales; no es ni bueno ni malo, sino, tan solo... lo que os pide el cuerpo.
Eirene: Dices mal, hermano. Es cierto que todos los cuerpos vivos buscamos placer y bienestar. Pero solo nosotros, los cuerpos humanos, poseemos la virtud de moderar ese ansia de placer que nos inquieta y encontrar placer en la quietud del que poco ansía.
Parsimonia (con deseos de intervenir): ¡Y qué decir, amiga Eirene, de ese placido y bien calculado gozo que solo el alma humana es capaz de degustar y que...!
Petrus: (Interrumpiendo a Parsimonia) ¿Os atrevéis a hablar de virtud en medio de vuestras florituras filosóficas?
Eirene: Sí, Petrus. Pero para nosotros la virtud es un medio, no un fin en sí mismo como lo es para vosotros los estoicos.
Petrus: ¿Y para qué es un medio vuestra “virtud”? Si no lo es para saciar vuestro impulso animal en pos del placer – por muy refinado que sea – , lo es para el supremo placer, según decís, de no desear nada. La virtud epicúrea no tiene otro fin que el de los muertos: descansar en paz. Vuestro jardín, queridas, es un cementerio.
Eirene: ¿Y vuestra trabajosa virtud, qué mérito tiene? ¿No está escrito en el libro del destino que mi amiga Parsimonia, por ejemplo, toque mejor que yo la siringa, o que yo sea más voluntariosa que ella en la lectura de libros?
Petrus (con sorna): ¿Cómo? ¿No es por puro placer por lo que leéis esas cosas tan inquietantes que son los libros?
Eirene: No te me escurras, amigo. Te preguntaba por la libertad. ¿Cómo se puede ser bueno o malo en un mundo donde todo está previsto por la sabia Naturaleza?
Petrus: Esa pregunta es típica de los que confundís la libertad con el volantazo de un átomo estrábico. Para los estoicos, amigas, la virtud no es elegir lo que ha de ocurrir como quien lanza un dado en el vacío, sino comprender la razón de lo que ocurre y someterse razonablemente a ella.
Eirene: ¿Ser libre y bueno es, entonces, obedecer, ciegamente, lo que la razón, sin remedio, dictamina?
Petrus: El hombre que obedece, lúcida y no ciegamente, a la razón, obedece lo más digno y propio de sí mismo.
Parsimonia: ¿Y la mujer?
Petrus: Y la mujer, y el extranjero, y el esclavo... Todo hombre que deja de ser niño es igualmente racional y capaz de aspirar a la virtud.
Parsimonia: ¡Y dale con la virtud! ¡Qué obsesión la tuya! Con lo fácil que es estar, simplemente, contento...
Petrus: ¿Qué hombre que esté despierto se contenta con vuestra infantil arcadia? [Altisonante] ¡La vida es una heroica aventura en pos del conocimiento y la justicia! ¡¡Un día... comprenderé la necesidad y la razón de todo, hasta tal punto que me sepa uno y lo mismo con el cosmos!!
Eirene: ¡Ay, amigo, admiro tu firmeza y buenos propósitos! Pero todo eso no es más que una quimera.
Petrús: Prefiero vivir por ella, sin sosiego, que vivir sosegado sin quimera que me queme. Creo que sois gente inteligente y, por eso, desesperada. Vuestra vida carece de sentido. Una droga que os sosegara dulce y constantemente os bastaría para llenarla. Mientras la halláis, os limitáis a cantar como cigarras, a hacer tiempo antes de que, al fin, el tiempo del todo os deshaga.
Eriene: Tu discurso está poseído por una terrible pasión humana: la del querer ser lo que no es.... Pero has de saber, querido amigo, que no nos espera ningún fin, ni nos alienta ningún supremo deber. Ambas cosas, fines y deberes, las hemos inventado para sortear el pánico a la muerte y a la futilidad de la vida. El único deber que de verdad merece serlo es el de vivir lo más placenteramente posible el tiempo que el azar y los hados nos dejen. Vente, pues, con nosotras, y vence, de verdad, toda pasión inútil...

Acabas de oír, enfrentadas, dos concepciones de cómo ha de ser la vida humana: la de Petrus el estoico, y la de Eirene y Parsimonia, las epicúreas. ¿Con cuál de las dos te identificas?


Guión: Víctor Bermúdez . Actores:  Eva Romero, Laura Casado, Víctor Bermúdez. Voces: Chus García y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Platon y Aristóteles se encuentran en el limbo.

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P.- Hola, viejo alumno.
A.- Hola, maestro siempre joven.
P.- He oído que defiendes una teoría diferente a la mía, y que reniegas de mis ideas sobre el mundo de las ideas.
A.- Sí, maestro, lo siento. Hago caso a mi mente.
P.- Me parece muy bien. Eso demuestra que eres sabio, o llegarás a serlo. Y ¿qué pegas le encuentras a lo que pienso? ¿No estás de acuerdo con que hay Ideas, inmutables y universales, que no son fenómenos físicos?
A.- No es eso, maestro. Estoy del todo de acuerdo contigo en que los materialistas se equivocan, y no nos dicen de dónde salen las ideas. La materia es informe, sin ninguna característica propia, así que no puede darse a sí misma las formas que adopta a cada rato.
P.- Muy bien, ¿entonces?
A.- Pero creo que quizás tú cometes el error contrario, al negar completamente lo material. ¿No dices que este mundo es sólo una ilusión, un reflejo, un sueño?
P.- Eso es. El mundo material es irracional, porque cambia, es y no es lo mismo a cada rato.
A.- Pero existe, creo yo. Tú no nos has explicado nunca cómo se produce esa ilusión.
P.- Es una caída del alma, un olvido de la verdad.
A.- Y ¿por qué se olvidó el alma? Si todo fuese perfecto, como dices, no se produciría esa ilusión. Yo creo que el mundo no es una ilusión, sino algo real. Para explicar el cambio, creo yo, hay que aceptar que existen, por una parte, las ideas o formas, como las llamo, pero también algo mutable, como la materia, que coge unas formas y suelta otras. Tú tienes razón en que la forma es lo más importante, pero te equivocas, creo, en que las formas son cosas, y existen separadas de la materia. Corrígeme si estoy equivocado, maestro.
P.- Muchacho, siempre creí que tendrías tu propio pensamiento. Quizás tienes razón en lo que dices. Pero, dime: ¿las formas no existen, pues?
A.- No, no de manera independiente. Son aspectos de las cosas.
P.- O sea, que el círculo no existe fuera de los objetos circulares.
A.- Bueno, está también en la mente, cuando lo separamos de la materia, por abstracción.
P.- ¿Y la mente si existe, es algo real?
A.- La mente es, también ella, un aspecto de ciertos seres, los vivos y los inteligentes. Pero no es una cosa independiente por sí misma, es también una forma.
P.- Muy bien. Entonces, si desapareciesen los objetos físicos, y las mentes que piensan, ¿el círculo dejaría de ser lo que es, según tú?
A.- El mundo nunca va a dejar de existir, porque nada puede destruirlo, ya que su movimiento circular es perfecto.
P.- Aunque fuese así, creo que puede imaginarse que desapareciese, o no hubiese existido. ¿Qué pasaría entonces con el círculo?
A.- Bueno, aún estaría en la mente.
P.- ¿En cual, si las mentes son formas de los cuerpos?
A.- Es que hay por lo menos una mente que no es forma de un cuerpo, la del Dios. Ahí siempre estarán las formas.
P.- ¿Y qué diferencia ves entre esa Mente Divina de la que hablas y mi Mundo de las Ideas?
A.- Quiero decir que las ideas no son objetos fuera de la Mente.




Una de las discusiones más abstractas de las que han ocupado y ocupan a los filósofos es el llamado “problema de los universales”: ¿qué pasa con las ideas que, como las de las matemáticas, por ejemplo, tienen un valor universal e intemporal? El gran filósofo griego Platón defendió que las ideas existen por sí mismas, independientemente del mundo físico. Según él, las ideas tendrían más realidad que el mundo material, que es más bien un sueño o, a lo sumo, una copia, nunca perfecta, del mundo de las ideas. Sin embargo, ya a su gran alumno Aristóteles no le convenció el “realismo” de su maestro acerca de las ideas. Con los pies más en el suelo, como diríamos hoy, Aristóteles se negaba a aceptar un mundo ideal independiente de este en que vivimos: según él las ideas solo son separadas por el pensamiento, en lo que llamamos “abstracción”. En el famoso cuadro de Rafael, La escuela de Atenas, Platón y Aristóteles ocupan el centro: pero mientras Platón, viejo, barbudo y algo menor de estatura, señala con su dedo hacia el cielo, Aristóteles, más joven y esbelto, le señala hacia la tierra. En estos dos gestos se resumen dos maneras muy diferentes de ver la realidad.


¿Qué piensas de este problema? ¿Crees que existen objetos ideales, o que todo es físico y las ideas son solo creaciones mentales?

Guión: Juan Antonio Negrete. Actores: Jonathan González y Víctor Bermúdez. Voces: Jonathan González y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.