¿Qué puede la poesía?



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¿Qué puede poesía hacer con el mal?
¿puede hacerlo carne de su carne dura,
puede darle realidad real
si ella, la poesía, es medida pura?

¿Puede, si ella es número invisible y justo,
albergar su otro, el caos manifiesto,
puede ella, nacida para el gusto,
contener el mal puro que es el resto?

Pero ¿es cierto que es, y sólo es, su canto
forma pura, puro espíritu, armonía?
¿No es su verso fermentado llanto,
y el gemir del universo no es poesía?

El dolor no es sólo para ella un motivo:
su trabajo herrero es retorcer dolor
con martillo y yunque, al rojo vivo
con la mente en la belleza del amor,

y que tras el frío aflore la forma
en la que el dolor se haya transformado
en belleza y la belleza en norma,
Y el dolor sea ya dolor justificado



El filósofo Theodor Adorno dijo que “no se puede escribir poesía después de Auschwitz”. Tenemos la sensación de que ante una gran tragedia moral, la poesía es imposible. Muchos poetas sintieron esto, por ejemplo, ante el horror de los campos de exterminio. Sin embargo, a la vez parece que solo la poesía es capaz de expresar lo que la prosa es incapaz de reflejar. Y parece que los poetas, o la mayoría de ellos, solo cantan (como dice la voz popular que hacen las aves) cuando están tristes. 
Hay muy pocos poemas que expresen felicidad, y la mayoría de ellos suenan… poco convincentes, ¿no os parece? ¿Y si la poesía está hecha de dolor, dolor sublimado? ¿Qué relación hay entre poesía y mal?


Guión: Juan Antonio Negrete. Voces: Chus García y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

El poema de Zenón


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Sentí que me llamaba tu silencio,
y todo, alrededor, se evaporaba
Estábamos tú y yo, y, alrededor,
espacio, espacio en blanco, plena nada,
medida con la vara del deseo,
contado con los pies de la esperanza.
Me puse a caminar, con pie ligero,
a varios infinitos por zancada,
“¡espera, tortuguita, ya te alcanzo!”,
mientras tú navegabas tu ventaja.
Muy pronto… (¿fue muy pronto, o era tarde?
No sé, porque el reloj perdió sus marcas):
con tiempo te alcancé hasta la mitad
de la distancia de nuestra distancia.
Y tú allí lejos, sin embargo, tú,
mi complemento allí, tú, en lontananza…
Entonces empecé a alcanzar la idea,
caí en la cuenta, entonces, de que estabas
allí donde jamás te alcanzaría
de que la cuenta nunca se acababa
Y comprendí, los dos ahí comprendimos
que ya, por mucho que yo te abrazara,
nunca estaríamos juntos siendo cuerpos,
siempre un abismo entre dos pieles pasa.
¡Quizá si entre nosotros dos hubiera
más cosas, con su vértices y caras,
en las que irse apoyando hasta tenernos
y hacer presente la pasión lejana!
Pero tú y yo, mi tortu, solo somos
una cruel paradoja zenoniana!



¿Te has imaginado alguna vez metido en una máquina reductora, que te va empequeñeciendo continuamente? ¿Sientes cómo, en la caída, la mesa se convierte en un gran templo, las motas de polvo en moles gigantes, los átomos en planetas…? ¿Dónde termina esa caída?, ¿hay dos cuerpos que puedan realmente tocarse, abrazarse sin intermediarios?

Unos de los argumentos más chocantes de la historia del pensamiento son los que planteó, hace unos dos mil quinientos años, Zenón de Elea, para probar que es imposible el movimiento. En su famoso supuesto de una carrera entre Aquiles y la Tortuga, el héroe de los pies ligeros deja una pequeña ventaja al animal de la impenetrable espalda, y ya nunca logra alcanzarla, pues cuando llega a donde ella estuvo en el momento del pistoletazo de salida, aquella ya se ha desplazado hasta otro punto, y cuando Aquiles vuelve a alcanzar este punto, la tortuga ya no está allí… 

¡Sí, ya sabemos que el movimiento se demuestra andando!, pero ¿es lógico? La cuestión es: ¿es el espacio infinitamente divisible, es decir, hay siempre, entre dos puntos cualesquiera, otros puntos? Si es así, cuando nos movemos ocurren absurdos como que recorremos infinitos de ellos, y que recorremos los mismos puntos ya nos desplacemos un centímetro o un kilómetro, pues todos los infinitos (dentro de los números reales) tienen el mismo cardinal. 

Si suponemos, en cambio, que el espacio no es infinitamente divisible sino que está hecho de puntos últimos, estos tienen que tener una extensión totalmente nula (si no, se los podría partir), y entre ellos tiene que haber nada. Pero ¿cómo una suma de puntos nulos, separados por la nada, puede dar lugar al espacio? ¿Qué es el espacio? ¿Y si no existe y es solo una ficción, un sueño?

Por supuesto, se han dado muchas pretendidas soluciones a esta paradoja: quizá el espacio no está hecho de puntos (¿de qué, entonces?), quizá hay que distinguir entre que se pueda dividir y que de hecho ya estén ahí todas las divisiones (pero ¿en qué se apoya esa posibilidad, entonces?), o quizá, como dicen los matemáticos, una suma de infinitos números da un número finito (por ejemplo, ½ + ¼ + 1/8 +… suma 1) (pero ¿un qué?). Ya el simple hecho de que una y otra vez se aporte una nueva solución, ninguna de las cuales convence a todos, induce a pensar que ahí se encierra algo profundo, ¿no crees?



Guión: Juan Antonio Negrete. Voces: Chus García y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.