¿Qué puede la poesía?



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¿Qué puede poesía hacer con el mal?
¿puede hacerlo carne de su carne dura,
puede darle realidad real
si ella, la poesía, es medida pura?

¿Puede, si ella es número invisible y justo,
albergar su otro, el caos manifiesto,
puede ella, nacida para el gusto,
contener el mal puro que es el resto?

Pero ¿es cierto que es, y sólo es, su canto
forma pura, puro espíritu, armonía?
¿No es su verso fermentado llanto,
y el gemir del universo no es poesía?

El dolor no es sólo para ella un motivo:
su trabajo herrero es retorcer dolor
con martillo y yunque, al rojo vivo
con la mente en la belleza del amor,

y que tras el frío aflore la forma
en la que el dolor se haya transformado
en belleza y la belleza en norma,
Y el dolor sea ya dolor justificado



El filósofo Theodor Adorno dijo que “no se puede escribir poesía después de Auschwitz”. Tenemos la sensación de que ante una gran tragedia moral, la poesía es imposible. Muchos poetas sintieron esto, por ejemplo, ante el horror de los campos de exterminio. Sin embargo, a la vez parece que solo la poesía es capaz de expresar lo que la prosa es incapaz de reflejar. Y parece que los poetas, o la mayoría de ellos, solo cantan (como dice la voz popular que hacen las aves) cuando están tristes. 
Hay muy pocos poemas que expresen felicidad, y la mayoría de ellos suenan… poco convincentes, ¿no os parece? ¿Y si la poesía está hecha de dolor, dolor sublimado? ¿Qué relación hay entre poesía y mal?


Guión: Juan Antonio Negrete. Voces: Chus García y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

El poema de Zenón


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Sentí que me llamaba tu silencio,
y todo, alrededor, se evaporaba
Estábamos tú y yo, y, alrededor,
espacio, espacio en blanco, plena nada,
medida con la vara del deseo,
contado con los pies de la esperanza.
Me puse a caminar, con pie ligero,
a varios infinitos por zancada,
“¡espera, tortuguita, ya te alcanzo!”,
mientras tú navegabas tu ventaja.
Muy pronto… (¿fue muy pronto, o era tarde?
No sé, porque el reloj perdió sus marcas):
con tiempo te alcancé hasta la mitad
de la distancia de nuestra distancia.
Y tú allí lejos, sin embargo, tú,
mi complemento allí, tú, en lontananza…
Entonces empecé a alcanzar la idea,
caí en la cuenta, entonces, de que estabas
allí donde jamás te alcanzaría
de que la cuenta nunca se acababa
Y comprendí, los dos ahí comprendimos
que ya, por mucho que yo te abrazara,
nunca estaríamos juntos siendo cuerpos,
siempre un abismo entre dos pieles pasa.
¡Quizá si entre nosotros dos hubiera
más cosas, con su vértices y caras,
en las que irse apoyando hasta tenernos
y hacer presente la pasión lejana!
Pero tú y yo, mi tortu, solo somos
una cruel paradoja zenoniana!



¿Te has imaginado alguna vez metido en una máquina reductora, que te va empequeñeciendo continuamente? ¿Sientes cómo, en la caída, la mesa se convierte en un gran templo, las motas de polvo en moles gigantes, los átomos en planetas…? ¿Dónde termina esa caída?, ¿hay dos cuerpos que puedan realmente tocarse, abrazarse sin intermediarios?

Unos de los argumentos más chocantes de la historia del pensamiento son los que planteó, hace unos dos mil quinientos años, Zenón de Elea, para probar que es imposible el movimiento. En su famoso supuesto de una carrera entre Aquiles y la Tortuga, el héroe de los pies ligeros deja una pequeña ventaja al animal de la impenetrable espalda, y ya nunca logra alcanzarla, pues cuando llega a donde ella estuvo en el momento del pistoletazo de salida, aquella ya se ha desplazado hasta otro punto, y cuando Aquiles vuelve a alcanzar este punto, la tortuga ya no está allí… 

¡Sí, ya sabemos que el movimiento se demuestra andando!, pero ¿es lógico? La cuestión es: ¿es el espacio infinitamente divisible, es decir, hay siempre, entre dos puntos cualesquiera, otros puntos? Si es así, cuando nos movemos ocurren absurdos como que recorremos infinitos de ellos, y que recorremos los mismos puntos ya nos desplacemos un centímetro o un kilómetro, pues todos los infinitos (dentro de los números reales) tienen el mismo cardinal. 

Si suponemos, en cambio, que el espacio no es infinitamente divisible sino que está hecho de puntos últimos, estos tienen que tener una extensión totalmente nula (si no, se los podría partir), y entre ellos tiene que haber nada. Pero ¿cómo una suma de puntos nulos, separados por la nada, puede dar lugar al espacio? ¿Qué es el espacio? ¿Y si no existe y es solo una ficción, un sueño?

Por supuesto, se han dado muchas pretendidas soluciones a esta paradoja: quizá el espacio no está hecho de puntos (¿de qué, entonces?), quizá hay que distinguir entre que se pueda dividir y que de hecho ya estén ahí todas las divisiones (pero ¿en qué se apoya esa posibilidad, entonces?), o quizá, como dicen los matemáticos, una suma de infinitos números da un número finito (por ejemplo, ½ + ¼ + 1/8 +… suma 1) (pero ¿un qué?). Ya el simple hecho de que una y otra vez se aporte una nueva solución, ninguna de las cuales convence a todos, induce a pensar que ahí se encierra algo profundo, ¿no crees?



Guión: Juan Antonio Negrete. Voces: Chus García y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Falacias


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A.- ¡Bah, paso ya de leer!
B.- ¿Y eso?
A.- Deberíamos dejar de rayarnos tanto con la filosofía.
B.- ¿Por qué?
A.- Por que no puede ser bueno. Hay que pasarlo bien y no pensar tanto. Ya lo dice el refrán: “si quieres ser feliz como dices, no analices, amigo, no analices”.
B. - Pues yo me lo paso bien pensando.
A.- Bah, eso no cuenta. Tu eres un friki.
B.- Pues anda que tú, que estás todo el día con los videojuegos. Eso sí que es malo.
A.- ¿A sí, y por qué?
B.- Se lo oí a un psicólogo en la tele, vale.
A.- ¡Ya estamos con los psicólogos! Mis padres me quieren llevar a uno.
B.- No me extraña. Estás mal tío. Tienes problemas de integración social.
A.- ¡Anda! No lo sabía. ¿Y por qué si puede saberse?
B.- El psicólogo de la tele dijo que los adolescentes con problemas de integración social desarrollan conductas obsesivas como jugar continuamente a los videojuegos. Justo lo que haces tú.
A.- Ya. ¿Y no serás tú el que, como todos los empollones, tienes problemas con la internación esa?
B.- Integración, se dice “integración social”, que no sabes ni hablar. Claro, cómo vas a saber nada, si suspendes tres de cada dos asignaturas.
A.- ¿Y qué con eso?
B.- Qué dada la cantidad de suspensos y cursos repetidos que llevas, siempre serás un ignorante.
A.- ¡Eso es falso!
B.- ¿Por qué?
A.- Por que sé muy bien en donde darte con el puño para que te quedes repasando en casa durante un mes, listo ¿Quieres probar mi sabiduría?
B.- ¡Ja! ¿Crees que con la violencia arreglas algo?
A.- Nadie ha demostrado que no lo arregle, por lo tanto...
B.- ¡Buah! Me callo. No merece la pena ni contestarte.
A.- ¡Ah! ¡¡Eso quiere decir que tengo razón!!
B.- ¡Qué va a querer decir eso, hombre!
A.- Pues está claro. Si te doy un argumento y tu te callas eso es porque mi argumento te ha hecho callar. Causa y efecto. Así de fácil, chaval.
B.- Qué no hombre. Que no tienes razón ni por casualidad.
A.- ¿Ah, no? ¿Y por qué? Tu lo sabrás que eres tan listo.
B.- No lo entenderías. Fuiste sietemesino, y boy scout. Estás marcado para siempre.
A.- Eso es broma, ¿no?
B.- Y además soy mayor que tu, y tengo más experiencia. Por lo tanto, tengo razón.
A.- Eso es una estupidez.
B.- ¿Cómo? ¿Es que vas a despreciar a tus abuelos, a la gente mayor, a tus padres que se han sacrificado durante años por ti? ¡Toda esa gente mayor que tu, y que tu desprecias olimpicamente, es la que ha levantado este mundo en el que tú te pasas el día jugando a los vídeojuegos! ¿Te enteras?... ¡¡Eres un desagradecido!!
A.- ¡Pues tu haces lo mismo! El otro día me dijiste que el profe de filosofía no tenía ni idea de nada. Y ese es bastante mayor que tu y que yo.
B.- Sí, pero eso es distinto... Yo si puedo tener más razón que alguien mayor...
A.- ¡Qué morro! ¿Y por qué tu sí y yo no!
B.- ¡Por que lo digo yo, vale, que soy más razonable!
A. ¿Tú más razonable que yo?
B.- Hombre, a la vista esta. Uno que dice que los psicólogos no tienen ni idea, que lo único que hay que hacer para ser feliz es jugar a los videojuegos, y que hay que faltar el respeto a los ancianos no me parece que sea para nada razonable...
A.- ¡Increíble! ¡Así no se puede discutir nada!


La inmensa mayoría de los razonamientos del diálogo que has oído son falacias.
Un falacia es un razonamiento que, aunque pueda parecer correcto o lógico, es realmente falso o no válido.
Detectar las falacias es un ejercicio muy útil para defendernos de los que, conscientemente o no, las emplean en el ámbito público, en los medios de comunicación, o en la vida social.
Nosotros mismos podemos estar incurriendo en ellas cuando pensamos o justificamos nuestras opiniones.

¿Serías capaz de reconocer alguna de las falacias que contiene el diálogo?

Guión: Víctor Bermúdez . Actores:  Jonathan González, Víctor Bermúdez. Voces: Inma Morillo, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.





Diálogo con el diálogo

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A. – Oye, ¿has oído el nombre de este programa?
B..- Sí. Diáloalgo en no sé qué cabe.
A. - ¿Dialoqué?
B. - Diá-lo-go
A. - ¿Y eso qué es?
B. - ¿Y tú me lo preguntas?
A.- Sí, ¿por qué?
B.- Porque creo que es lo que hacemos ahora.
A.- ¿Qué?
B.- Pues hacernos preguntas e intentar contestarlas juntos.
A.- O sea, hablar.
B.- Sí, pero de una forma especial.
A.- ¿Cómo?
B.- Pues así, como tú y yo ahora. Qué en lugar de hablar para contar algo, o para organizar una fiesta, o para confesarnos las penas, o para jugar... pues...
A. (Impaciente) ¿Qué?
B. Hablamos para saber lo que no sabemos.
A. Para aprender.
B. Sí, para aprender.
A. Decía no se quién que es así como hablan los filósofos.
B.- No todos. Los filósofos también dialogan acerca de cómo deben hablar.
A.- O sea que...
B.- Es raro, sí. El diálogo está en todas partes, porque es... como pensar.
A.- ¿Pensar? ¿Y qué es pensar?
B.- Pues, no sé. ¿Como hablar con uno mismo?
A.- Como hablar con el hombre que siempre va conmigo, decía un poeta.
B.- Sí, pero con alguien que no te de voces como un loco.
A.- Ni órdenes como un dios o un tirano.
B.- Eso es: alguien que esté contigo de igual a igual.
A.- Es curioso.
B.- ¿Qué?
A.- Según parece, eso del diálogo se puso de moda justo cuando los hombres empezaron a pasar de los dioses y los mitos.
B.- Sí. Hablar con ellos mismos, y no escuchar voces de dioses, viene a ser lo mismo que pensar y conocer por ellos mismos, y no conformarse con escuchar mitos.
A.- Oye. Se me ocurre que nuestra vida debería ser como... ¡Un gran diálogo!
B.- ¿Y cómo sería eso, poeta?
A.- Siempre inquieta y afanosa. Siempre de camino a otra cosa. Como si el horizonte nunca se pudiera acabar.
B.- Ni las ganas de llegar a puerto.
A.- Ni lo uno ni lo otro.
B.- Y lo uno y lo otro. Porque cuando tienes lo uno vuelves a querer... lo otro. Una y otra vez.
A.- Así es, y así somos.
B.- Los dos. Uno y otro.
A.- Sí. Porque si fuéramos uno y uno, no seríamos dos.
B.- Jajaja. Es verdad. Seríamos uno.
A.- Y no habría diálogo.
B.- Ni razones, ni amor...
A.- Ni argumentos, ni besos...
B.- Ni programas de radio.
A.- ¡Qué disparate!
B.- ¡Qué pena!
[va bajando el sonido hasta que se pierde y mezcla con la sintonía]
A.- ¿Pena? ¿No hay pena sin su otro, la alegría?
B.- Pues yo siempre he soñado en una alegría sin penas.
A.- ¿Y un sueño es tu mejor argumento?
B.- No. Piensa y responde: ¿puede haber una alegría sin penas?
A.- Si es la alegría que se siente al recordar penas pasadas, no. Pero si es otra, creo que sí.
B.- Esta bien. ¿Y pena sin alegría?
A.- Mmmm. No sé. Porque la pena siempre se acrecienta al recordar la alegría.
B.- ¿Y no pasa lo contrario?
A.- ¿Que la alegría se acreciente al recordar penas pasadas? No se...




Desde muy pronto, los filósofos defendieron que el modo adecuado de buscar la verdad era el diálogo o, como dijeron algunos, la dialéctica.
Algunos pensaron que esto era así por ser el conocimiento una actividad necesaria y constantemente abierta a la controversia, esto es, al examen de los argumentos contrarios y la consecuente revisión de los propios, algo que se aseguraba en la discusión con los demás.
El Sócrates de los diálogos platónicos practicaba un diálogo que llamaba “mayeútico”, que mediante preguntas sucesivas, y en un tono a veces irónico, buscaba alumbrar en otros la certeza de la propia ignorancia y la entrega al deseo de saber.
Más allá de una lógica o método de conocimiento, que era como lo entendían los filósofos clásicos, algunos pensadores modernos, como Hegel o Marx, inspirados por el viejo Heráclito, concibieron la dialéctica como el modo mismo en que se desarrolla la realidad o bien esa parte suya que es la historia.
Según Hegel, de la toma de conciencia de lo que el llama Espíritu, en diálogo consigo mismo, depende el desenvolvimiento de todo lo real. Para Marx, la historia de desarrolla merced al conflicto entre clases y la superación dialéctica del mismo.
En la actualidad, el diálogo sigue concibiéndose como un método idóneo en la comprensión de las cuestiones más controvertidas, como son las filosóficas, pero también como el medio más adecuado en la resolución política de problemas sociales, e incluso personales e interpersonales, a través de lo que se llama la filosofía práctica o terapéutica.

Guión: Víctor Bermúdez . Actores:  Jonathan González, Inma Morillo. Voces: Inma Morillo, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.


Heráclito y la lengua.

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(Sonido de forja)
Lengua.- (con más sorpresa que indignación) ¿¡Oye, qué haces!?
Heráclito de Efeso.- Te estoy trabajando
L.- ¿¡Cómo!? ¿Quién eres tú?
H.- Eso no importa. Importa lo que somos juntos.
L.- ¿Ah, sí? ¿Y qué somos?
H.- Tú eres la Lengua Griega, mi lengua materna, mi madre de habla. Por eso te trabajo. ¿Te hago daño?
L.- No, me haces algunas cosquillas, rebuscando por aquí y por allá…
H.- Recuerda que me diste permiso.
L.- Sí, sí: si todos mis hijos lingüísticos tenéis ese derecho, si es que no es algo más que derecho… Pero los otros no me trastean tanto.
H.- Es que los otros trabajan de ti, no a ti.
L.- ¿Y qué se supone que hay que trabajarme? ¿Qué es eso que haces con tanto trajín?
H.- Solo intento que digas lo que quieres decir, y que lo digas como tú sabes.
L.- ¿Lo que yo quiero decir y como sé decirlo…?
H.- Sí, aunque quizás no sabes bien que lo quieres y que lo sabes decir. Pero para eso estamos nosotros, tus hijos
L.- Y, ¿se puede ver algo de eso que haces?
H.- Mira, ven. Mira cómo me dices que la guerra es el padre y rey de todo: Pólemos PáNToNmen Patér esti PáNToN de basileus, ¿no oyes el Pon Pan Pant de los tambores de guerra?
L.- (escéptica) Sí… pero eso es una coincidencia.
H.- ¿Coincidencia? Mira cómo dices que el fuego se cambia por todas las cosas y todas las cosas en fuego, lo mismo que el oro por todas las mercancías y todas las mercancías por oro. Escucha [pronunciar las H como aspiradas]: PYRóste ANTAmoibe TA PANTA kai PYR HAPANTon HokosPeR JRisú JRémata kai JRemáton JRYSÓS. ¿Ves como PYR, fuego, se mezcla con PANTA, todo. Y JRisós, oro, con JRémata, mercancía, y cómo al JRYSÓS, oro, suena como PYRÓS, fuego, con solo cambiar la P de Panta por la J de Jrémata, riquezas?
L.- ¡Vaya!
H.- Y he encontrado otras muchas “coincidencias”, como tú las llamas. Solo hay que cambiar las palabras de sitio, ponerlas en forma de espejo unas con otras, quitar o poner verbos…
L.- Y ¿qué quieres conseguir con eso?
H.- Ya te lo dije: que digas lo que quieres decir, de manera perfecta. O sea, que te parezcas a tu madre la Lengua Universal, que habla a través de todos los hombres, y quiere que vayan concordes lo que dice y cómo lo dice.
L.- ¡Estás hecho todo un poeta! Y no te oculto que me halaga que seas capaz de verme con esos ojos, y escucharme con esos oídos. ¿Puedo saber tu nombre, aunque dices tú que no importe?
H.- Me llamo Heráclito
L.- ¡Vaya, como Heracles, el principal héroe griego, que tomó su nombre de la madre de los dioses! ¡Qué coincidencia! Creo que, gracias a ti, yo no estaré nunca del todo muerta.
H.- Ni yo, gracias a ti.




Conservamos apenas 130 fragmentos del libro que se dice que escribió el filósofo Heráclito de Éfeso, allá por el siglo V a.c. De ellos, algunos no son citas literales. De entre los que sí lo son, unos cuantos muestran que Heráclito trabajó con todo cuidado cada una de las palabras. Por eso, sus aforismos suenan como sentencias dichas por un oráculo, como si viniesen directamente de la boca de Apolo.

Él mismo dijo, no obstante, que “el dios cuyo templo está en Delfos, ni dice ni oculta, sino que señala”. Ese dios es Apolo, al que Heráclito precisamente ni dice ni oculta sino que señala. Como queriéndonos decir que el lenguaje (también el lenguaje que es el pensamiento) ni nos pone directamente en contacto con las cosas ni nos las oculta, sino que nos da indicaciones, signos, indicios… para que las encontremos, porque, como también dijo, “a la naturaleza le gusta esconderse”.

¿Qué crees: hasta dónde debemos cuidar la expresión cuando queremos decir algo? ¿Hay que llegar al punto de Heráclito de intentar que incluso el sonido de las palabras se parezca de alguna manera al mensaje? ¿Qué relación hay entre el lenguaje y las cosas?

Guión: Juan Antonio Negrete. Actores: Jonathan González e Inmaculada Morillo.  Voces: Chus García y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.




Hume y la experiencia.


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Experiencia.- (Frívola, nerviosa, vibrante, impetuosa) Hoolaaaaa, Mr. Hume.
Hume.- (Sorprendido) ¡Hala! ¿A quién tengo delante?
E.- (Con risa tonta) Soy la Experiencia. ¿No te resulto evidente?
H.- Déjame que te vea... ¡No te muevas!... Es raro...
E.- (Rápida) ¿Qué?
H.- Eres muy peculiar... Demasiado peculiar para poder ser algo...
E.- (Un poco escamada) .- ¿Eh? ¡Pues soy Experiencia, ya te lo he dicho!
H.- Sí, ya. ¿Pero cómo sé que dices la verdad?
E.- ¿Qué cómo? ¡¡Pero miiiirame!!
H.- Sí, sí. No hago otra cosa. Eres bienparecida. Pero nunca te imaginé así.
E.- (Más insegura) ¿Y cómo creías que era?
H.- Bueno. Tú eras aquello por lo que yo creía y me eran evidentes los... hechos. Pero nunca pensé que pudiera tener experiencia de tí misma la Experiencia.
E.- Y sin embargo creías en mí.
H.- (Resignado) Sí, ya sabes, esa vieja fe metafísica que nunca nos abandona...
E.- Te noto desanimado, David. Suponía que te ibas a alegrar de verme.
H.- Y me alegro. Pero...
E.- ¿Pero?
H.- (Melancólico) Escucha. Ya no soy un joven sin experiencia. Sino un viejo escarmentado y escéptico.
E.- ¿Qué quieres decir?
H.- Dejé de creer en todo, por culpa tuya. Y ahora apenas puedo creer en tí. Aunque te tenga delante.
E.- ¡Pero yo te mostré el camino!
H.- Sí. A costa de perderme en él.
E.- ¿A tí?
H.- Sí, a “mi”. ¿Pues quien podría ser yo? Por tí mi cuerpo es un manojo variable de impresiones. ¿Y mi mente? Mi mente, el río sin cauce por donde aquellas corren...
E.- ¿Pero qué dices?
H.- Lo que oyes. ¡Nadie se baña dos veces en la misma impresión... de nada!
E.- ¿Y qué somos entonces?.
H.- Suposiciones. Porque ni de mi, y ni tan siquiera de ti, tengo experiencia alguna.
E.- Válgame Dios.
H.- ¡Ja! De Dios ni hablar. Y del mundo y sus leyes tampoco. ¿Quién puede toparse con tamañas cosas yendo en tu compañía?
E. - Muda me dejas.
H.- Y con razón. Ni el lenguaje dejaran mis sucesores en pie. ¿Qué experiencia tenemos, acaso, de eso que llamamos “significados”?
E.- ¡Yo nunca te abandonaré!
H.- ¡Tú! ¡Tú eres tan voluble e insegura como todo lo que me muestras! Si por tí fuera no habría verdad que no pudiera ser mentira mañana.
E.- ¡En muy mal lugar me dejas!
H.- ¿Malo? ¿Bueno? ¿Qué sabes tú de eso?
E.- (Reflexiva por vez primera) Nada. Es cierto. Yo soy lo que pasa. No lo que debiera o no debiera pasar.
H.- No te quejes, entonces. Bastante tienes con esta fe ciega que tengo en mis ojos y en ti.
E.- Bueno. Siempre puedes cerrarlos y confiar en mi hermana imaginaria la Razón.
H.- ¿Esa pobre autista? ¡No es más que una esclava de las pasiones!
E.- ¿Qué harás, entonces?
H.- Todo da lo mismo. Pero como estoy hecho a pensar, pensaré ahora, junto a ti, en como te formas y deformas en mi desdibujada cabeza.
E.- ¿Te darás a la psicología?
H.- Y a la historia, y la política... ¡Y tú, dejarás de provocarme! No pienso pensarte. La filosofía de verdad se acabó para mi. Vuelve a tu ser y tu sentido.
E.- ¿Qué sentido?
H.- ¡El común!




El filósofo escocés del siglo XVIII David Hume pasa por ser el mayor representante del empirismo moderno, pero también el que más profundamente reveló y criticó los supuestos metafísicos de esa poderosa corriente filosófica.

Para Hume, la experiencia sensible es la fuente última de toda evidencia. Pero, por eso mismo, es imposible asegurar la existencia de substancias estables, tales como cosas o sujetos, de las que no es posible obtener experiencia.

Del mismo modo, leyes como la de causalidad, al carecer de fundamento empírico, son concebidas por Hume como meros supuestos fruto del hábito psicologico, sin ninguna entidad por sí mismos.

La propia experiencia es un método falible, pues no puede más que proporcionar verdades contingentes, sujetas a revisión constante. Pues por mucha experiencia que tenga de que el sol sale por el Este, nada me asegura que mañana vuelva a ocurrir lo mismo...

¿Qué piensas tú? ¿Es la experiencia una fuente segura de conocimiento? ¿Cómo demostramos que la experiencia es el modo adecuado de demostrar?


Guión: Víctor Bermúdez . Actores:  Jonathan González, Inma Morillo. Voces: Chus García, Inma Morillo. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.




Descartes y la Duda

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[Suena viento fuerte y ondear de telas. Invierno. Descartes tirita adormilado en su tienda de campaña y frente a su famosa estufa]

Duda.- Shhh. Shhh. Descartes. (Despertándolo)
RD.- (Despertándose. Con tono y voz de adormilado) Eh. Mmm. ¿Quién es?
D.- (Con ingenuidad) Soy yo... la duda.
RD.- (Todavía dormido) ¿Eh? ¿La quién?
D.- La duda
RD.- (Confundiéndola con una prostituta) Eh. No, no. Esta noche no me apetece.
D.- (Contundente, en voz alta): ¡La duda, la du-da!
R.- Ah, perdona. (Ingenuo) ¿Y qué quieres?
D.- Pues despertarte, melón, de tu engañoso sueño.
R.- (Entre dormido y extrañado) ¿De qué?
D.- (Desesperada) ¡Buf!
R.- Perdona, chica. Pero estoy todavía dormido.
D.- Tú lo has dicho.
R.- ¿El qué?
D.- ¿Cómo sabes que no sigues dormido y estás soñando conmigo?
R.- ¿Por qué te veo y te oigo?
D.- También ves y oyes en los sueños. ¿Cómo sabes que no estás en uno de ellos?
R.- Pues... no lo sé.
D.- Muy bien. Por eso estoy yo aquí.
R.- (Despistado) ¿Eras?
D.- ¡¡La duda, la duda!!
R.- Ya. Últimamente no te me vas de los pensamientos, y por lo que veo, tampoco de los sueños.
D.- A ver. Eres filósofo. Quién si no tú se amancebaría conmigo en lugar de espantarme a manotadas o a rezos.
R.- Cierto. (Desanimado) Pero no acabamos de llegar a nada tú y yo.
D.- ¿Cómo que a nada? ¿Sabes lo que es un purgante?
R.- Claro.
D.- Pues eso soy yo, un purgante filosófico. Te vacío de todo lo que no has asimilado y estorba tu entendimiento.
R. - (Ironía) ¡Qué distinción la tuya!
D.- Bueno. ¿Has aprendido a distinguir ya la vigilia del sueño?
R.- No mucho. Pero he descubierto un lugar al que no puedes seguirme....
D.- (irónica, burlona) ¿Ah sí?
R.- ¡Sí! Ya sueñe o esté despierto las verdades matemáticas son... indudables. Un círculo jamás podrá tener ángulos. Y... todos los puntos de su circunferencia guardarán la misma distancia con respecto al centro... Y, según mi geometría analítica...
D.- (Interrumpe con aplausos en tono sarcástico) ¡Brillante!... ¿Te hable de mi primo?
R.- ¿Qué primo? ¿Un número?
D.- No. (Disfrutando, perversa) Mi primo... El genio... Maligno.
R.- (Tras pensarlo un momento) ¡Oh, no!
D.- ¡Oh, sí! ¡¡No puedes descartar esa hipótesis, por muy Descartes que seas!!
R.- Eso. Fustígame otra vez.
D.- Te estoy espantando la fantasía, querido. No puedes descartar que un genio maligno te esté engañando haciéndote creer esas razones matemáticas que dices que se me resisten. ¡A mi!
R.- (Tras pensarlo. Con desesperación) ¿¡Y qué me queda, entonces!?
D.- (Tierna, seductora) Te quedo yo, sin duda... ¡Poseeme del todo. Y quizás desveles todo lo que velo...
R. - (Lúcido, melancólico)... Ya. Qué solo a tí te tengo. Y que solo por tí soy.
D.- (Ansiosa) ¡¡Dímelo otra vez!!
R.- (Condescendiente, con paciencia) Pieeenso, luego existo.
D.- (Gozosa) Ah. Y ahora en latín.
R.- ¡Basta ya! ¡No podemos seguir así!
D.- ¿Qué mejor filosófica pareja que la de tu voluntad insomne y mi purgante de certezas?
R.- ¡Pero no podemos encerrarnos así, el uno en el otro! ¡He de reconstruir el mundo! ¡Entender el significado de este sueño!
D.- Hazlo conmigo.
R.- ¿Contigo?
D.- No encontrarás nada más fertil que yo, la duda.
R.- No sé.
D.- (Excitada) Oh, así. Ven... René... Despierta mañana conmigo...


En obras como el Discurso del método o las Meditaciones metafísicas, el filósofo frances del XVII Renato Descartes expone el proceso intelectual que lo llevó desde una concepción ingenua y acrítica de la realidad a una perspectiva filosófica que muchos consideran radicalmente novedosa y el origen mismo del pensamiento moderno.

El método filosófico, según Descartes, consiste en dudar metódicamente de todo aquello que no podamos experimentar como evidente, hasta hallar, así, alguna certeza innegable desde la cual podamos edificar un nuevo edificio explicativo de la totalidad de lo real.

Según Descartes, ni la existencia objetiva el mundo material, ni la presunta objetividad de las matemáticas están a salvo de la duda. ¿Cómo sabemos que el mundo que vemos no es un sueño? ¿O que las verdades matemáticas no son el engaño que un maléfico genio ha introducido en nuestra mente?

Tan solo hay una cosa, dice Descartes, de la que no podemos dudar, y es del hecho mismo de que dudamos. Dudar de este hecho supone, a la vez, confirmar su certeza indubitable.

Ahora bien, como es alguien quien necesariamente tiene que dudar, he aquí – piensa Descartes – la demostración de la propia existencia. Dudo, pienso, sueño... luego existo. Esta idea, por la que el sujeto se entiende como la primera y más fundamental certeza, representa, típicamente, el momento inaugural de la filosofía moderna.

¿Qué piensas tú? ¿Hay algo de lo que puedas, realmente, estar seguro?

Guión: Víctor Bermúdez . Actores:  Jonathan González, Inma Morillo. Voces: Chus García, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.