Dios, o lo Absoluto.

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Petronilo.- ¡Impresionante! Nunca había visto la catedral así.
Eremita.- Es jueves santo, un día muy especial para los cristianos.
Petronilo.- Aunque más impresionante aún es que me hayas traído aquí. No creí que te interesara tanto la religión.
Eremita.- ¿Por qué no? Nada de lo humano me es ajeno. Y lo sobrehumano menos.
Petronilo.- ¿Crees que todo esto es algo más que un enorme invento de los hombres?
Eremita.- Tal vez lo sea. Pero la gente no inventa cosas sin alguna razón.
Petronilo.- Bueno, la razón está clara. La religión es el opio del pueblo, decía no sé quien.
Eremita.- Tal vez. Pero hay algo más. Si no, no podría ser un opio tan poderoso.
Petronilo.- ¿Qué quieres decir? No me vas a decir que tú, con lo sensata que eres, crees en Dios.
Eremita.- Depende de lo que entiendas por Dios. Y por sensatez.
Petronilo.- ¿Te parece sensato creer que ese señor que aparece pintado en ese cuadro de allí creó el mundo de la nada?
Eremita.- ¿Y a tí, te parece sensato creer que el universo y tú y yo estemos aquí porque sí, sin razón ninguna?
Petronilo.- Mujer, eso lo explica la ciencia. El Big bang, la evolución, ya sabes.
Eremita.- No sé. La ciencia explica cómo ocurren las cosas, incluso cómo se originan. Pero no explica la razón de que existan, ni aquello para lo que existen. ¿Te has preguntado estas cosas alguna vez?
Petronilo.- Bueno. Desde que te conozco me hago muchas preguntas.
Eremita.- ¿No te alucina que exista... todo... el mundo entero, quiero decir, el universo, con sus leyes, sus colores, sus estrellas... Y con nosotros dentro, haciéndonos estas preguntas tan raras?
Petronilo.- Es un misterio, tienes razón.
Eremita.- No es "un" misterio. Es "el Misterio". Cuando pienso mucho en eso no me salen ni las palabras. Es... es increíble.
Petronilo.- ¿Y que exista un Dios que lo ha hecho todo te parece menos increíble?
Eremita.- (Sumida en sus pensamientos, como para sí) Pienso que tiene que haber algo que resuelva ese misterio, llámalo como quieras, "la Razón de todo", por ejemplo. Pero, eso sí, no podría ser como nada de lo que conocemos... y, a la vez, serlo todo... Sería algo tan, tan por encima de tí y de mi y de las cosas... pero al mismo tiempo tan presente en ellas... (Sale de ese estado de meditación) Oye, no me hagas mucho caso. Igual tengo el día místico.
Petronilo.- Es imposible no hacerte caso, con esta música y este rayito de luz que te da en la cara... Además, sabes... (con verguenza de enamorado) que te tengo en un altar...
Eremita.- ¡Anda, zalamero! ¿Y luego dices que no eres religioso?
Petronilo.- Oye, vamos a la puerta, que se oye música y están por ahí Primitiva y Crisantra.
Eremita.- Vale. Debe ser la procesión. [Se oye música de procesión, cada vez más cerca]
Petronilo.- (A gritos) ¡Eh, Primitiva, Crisantra!
Todos:- ¡¡Ssshhh!! 
Crisantra.- Hola.
Petronilo.- Hola.
Primitiva.- ¡Calláos!
Petronilo.- ¿Pero a tí te gusta esto, Primi?
Primitiva.- (Exageradamente emocionada y molesta) ¡Que te calles ya, hombre!
Petronilo.- (a Eremita, extrañado por la conducta de Primitiva): ¿Y esta? (refiriéndose a Primitiva).
Eremita.- Ah... (con misterio) ¡Misterio!... Anda, dame la mano. Y calla.




¿Por qué hay ser, y no más bien nada? --clamaba el filósofo Leibniz-- ¿Por qué existen las cosas y por qué son como son? El asombro ante el misterio de la realidad es lo que conduce al hombre a la filosofía, decía Aristóteles. La pregunta por la razón o el principio de todo parece inevitable. Ninguna conciencia humana puede salvarse de esta pregunta ¿Pero es posible darle respuesta?

La religión y la filosofía parecen representar, a este respecto, dos caminos distintos. Para la religión, la respuesta, Dios, se toma como dato, y es fundamentalmente un asunto de fe. En la filosofía, la noción de Dios adquiere un carácter más abstracto y racional, y está permanentemente sujeta a discusion. Así, si bien la mayoría de los grandes filósofos han asumido posiciones teistas, la nómina de filósofos agnósticos, o ateos, ha ido acrecéntadose en los dos últimos siglos.

Tradicionalmente, la idea de la existencia de Dios, esto es, de una entidad perfecta y trascendente al mundo, entendida como principio y finalidad de todo lo que existe, se ha sostenido en orden a dos tipos distintos de argumento.

Desde una perspectiva puramente lógica, y tal como rezaba el polémico argumento de Anselmo de Canterbury, resultaría inconsistente concebir a un ser absoluto que careciera de existencia. Si no existiera, no podría ser concebido como absoluto. Así, al concepto de Dios le correspondería la propiedad de la existencia, del mismo modo que al de triángulo tener tres lados.

El argumento anterior fue pretendidamente refutado por otros filósofos que, no obstante, volvían a afirmar la existencia de Dios a partir de otros argumentos, cabe decir, más empíricos. Dado que el mundo se nos da a la experiencia como una serie finita de sucesos causalmente encadenados, ¿no deberíamos suponer una causa primera de todo, una causa incausada y, como tal, estática y perfecta? Filósofos contemporáneos como Whitehead han actualizado este tipo de argumentos. Si el mundo tiene una razón para ser, y para ser como es, esta razón o principio no puede ser un elemento más del mundo, sino algo, cabe decir, que lo configura y origina "desde fuera"; algo, en otras palabras, "trascendente".

Frente a estas posiciones teistas, el más conocido filósofo ateo, Jean Paul Sartre, afirmaba que puestos a elegir entre Dios y el absurdo, la única opción racional era admitir el absurdo, la nada. El mundo y la existencia humana carecerían, así, absolutamente de sentido. Para otros pensadores, la razón del mundo es inmanente al propio mundo, y se agota en lo que puede explicar la ciencia, por lo que se podría prescindir perfectamente de la noción de Dios. Ahora bien, ¿podría un universo contingente, tal como el que describe la ciencia, ser la razón de su propia existencia? ¿Podría, la misma ciencia, explicar la necesidad y trascendencia que se presupone a las propias leyes científicas? ¿Podría ser el orden cósmico fruto del azar y la nada?

¿Qué opinas? ¿Podríamos explicar satisfactoriamente el mundo sin acudir a la idea de un Dios o Absoluto como origen y razón de todo? ¿Es más razonable ser ateo que ser creyente? 


Guión: Víctor Bermúdez . Actores: Jonathan González,  Eva Romero, María Ruíz-Funes, Laura Casado. Voces: Chus García, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Identidad personal.

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[Voz en off: Estamos en el Año 2100. Música futurista]
Madriguero.- ¡Hola, Espelunca!, ¡tengo algo muy fuerte que contarte!
Espelunca.- ¡Cuenta, cuenta, Madriguero!
Madriguero.- Me he apuntado al proyecto experimental de teletransportación.
Espelunca.- ¡Ostras… no sé qué decirte!
Madriguero.- ¿No sabes que decirme? Pues te lo digo yo: dame la enhorabuena, porque, si me seleccionan, dentro de seis meses ¡visitaré Júpiter!
Espelunca.- Y, ¿cómo funciona el viaje? He leído algo en los periódicos, pero no con detalle.
Madriguero.- Muy “sencillo”: hacen un escáner de toda mi información cuántica, la envían, codificada, mediante señales luminosas, y en Júpiter una máquina la descodifica y, con ella, fabrica un cuerpo exactamente igual al mío, vamos, el mío…, solo que con otro material, resistente a las condiciones de allí.
Espelunca.- ¿El tuyo… o uno igual al tuyo?
Madriguero.- Lo mismo da: el caso es que tendrá todos mis recuerdos y pensará como yo: así que observaré con él lo que pasa en Júpiter: me han dicho que hay paisajes espectaculares.
Espelunca.- Y ¿qué pasa con el cuerpo original, el que se queda aquí?
Madriguero.- Hay, por lo visto, un 90% de probabilidades de que sufra una lesión mortal en el escaneado completo. Pero no importa, porque luego se hace la operación inversa: la señal que venga de Júpiter traerá toda mi información, modificada con las experiencias que haya tenido allí. Luego, vuelven a materializarme aquí, y ya está.
Espelunca.- ¿Ya está…? ¿Y si no se destruye el de aquí, el original, o el de allí, tu “yo” jupiteriano? ¿Estarás en varios sitios a la vez?
Madriguero.- De momento firmas un documento en que autorizas que toda copia sea destruida.
Espelunca.- ¿Y eso no es un asesinato?
Madriguero.- Un poco, sí, la verdad. Algunos comités éticos dicen eso mismo. Pero otros sostienen que no debe permitirse que el mismo individuo esté en varios lugares del universo…
Espelunca.- Yo, de todas maneras, no creo, Madriguero, que sea el mismo individuo, ni que eso sea una manera de viajar. ¿No te parece que, cuando te metas en el escáner de aquí, de la Tierra, te copien, y te destruyan, simplemente te estarán matando?
Madriguero.- ¡Siempre estamos muriendo, y volviendo a nacer, porque siempre estamos cambiando! Lo importante es que todos mis recuerdos y pensamientos pasan a estar en Júpiter, y eso soy yo, ¿no?, simplemente mis recuerdos y sentimientos.
Espelunca.- Sí, visto así… Pero, si sobreviviera el original, tú seguirías aquí, y en Júpiter simplemente habría una copia tuya, no tú, ¿no? Él seguiría su vida, y se iría alejando de ti, como dos gemelos desde la primera división celular…
Madriguero.- Creía que eras tú la que no le dabas tanta importancia al soporte físico, sino al alma. Mira: aquí, en este pen drive, llevo el último poema que me pasaste: ¿es tu poema, o solo una copia…? No me importa, siempre que me deje acercarme a tu maravillosa sensibilidad.
Espelunca.- Vale, tú viaja a Júpiter. Yo, mientras, intentaré raptar al cuerpo que se quede aquí: te llamaremos por teleconferencia desde el sofá.
Madriguero.- ¡Maldita sea! Ahí me has dado. Si no me dejas que me lleve un ejemplar tuyo, o sea, de ti, no me voy.




Un experimento mental futurista como este, fue utilizado, hace unos años, por el filósofo inglés Derek Parfit, en su libro Razones y Personas, para hacernos pensar, entre otras cosas, en el viejo problema de la identidad personal: ¿qué hace que sigamos siendo el mismo a través del tiempo y las vivencias? Si una persona sufre una amnesia total, ¿tiene que responsabilizarse por los actos (pagar, por ejemplo, por los crímenes) que realizó antes de olvidarlo todo?, ¿no es, ahora, una “persona nueva”? ¿Qué ocurriría si pudiéramos replicar personas? ¿Serían la misma, o diferentes? Aunque algunos filósofos creen que estos experimentos inverosímiles solo sirven para hacer analogías confusas, otros creen que nos ayudan a pensar cosas profundas, y, de hecho, son muy usados, tanto en filosofía como en física teórica o en ciencias humanas.

Respecto del problema de la identidad personal, muchos antiguos filósofos suponían que tenemos, cada uno, una esencia propia, que se va desplegando a lo largo del tiempo. Pero ¿cómo reconocer cuál es nuestra esencia, si se va materializando al contacto con otras cosas? ¿Qué habrían dicho Platón o Aristóteles del problema de la teletransportación? En el otro extremo, ciertos filósofos (por ejemplo, algunas escuelas budistas, o el escocés ilustrado David Hume) dicen que no existe, realmente, ninguna identidad: solo hay una sucesión de estados mentales, que unimos por su parecido.

Otros filósofos piensan que nuestra identidad reside en tener el mismo cuerpo. Pero el concepto de “mismo cuerpo” es problemático, no solo porque el cuerpo está en continuo cambio y hay distintos niveles de describirlo (cuántico, molecular, orgánico…), sino porque creemos que lo que caracteriza a una persona son sus aptitudes mentales. Seguramente estas están totalmente unidas a rasgos físicos, pero son ellas las que definen la identidad, no estos rasgos físicos.

Otros filósofos, como el inglés John Locke, sitúan la identidad en la memoria. El propio Derek Parfit, en quien nos hemos inspirado para nuestro diálogo, piensa que no existe una perfecta identidad personal, pero que esto “no importa”, porque para seguir identificándonos con lo que hacemos nos basta una relación menos exigente: una serie de conexiones mentales, especialmente de recuerdos, intereses, etc.


¿Qué piensas? ¿hay algo que haga que seguimos siendo el mismo de antes? ¿Qué: el cuerpo, la memoria, nuestras ideas…? 

Guión: Juan Antonio Negrete . Actores: Eva Romero, Jonathan González, Gema Ortiz, María Ruíz-Funes. Voces: Mónica Burgoa, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Apolo y Dionisos.

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Eremita.- (A gritos). ¡¡¡Primi!!! ¡¡¡Primitiva!!!...
Primitiva.- (A gritos, con alegría). ¡¡¡Tiaaa!!! ¡¡¡Cómo mola!!! ¡¡Venga, vamos a bailar!!
Eremita.- (A gritos) ¡¡¡Oye, yo me salgo un rato, me voy a volver loca!!!
Primitiva.- (A gritos) ¡¡Bueno, te sigo cortarrollos, pero solo un rato eh!!
Primitiva.- ¿Qué te pasa colega? ¿No te lo pasas bien?
Eremita.- Sí, pero llevamos cuatro horas, he bailado, he bebido, he gritado... ¿Qué más hay que hacer? Empiezo a aburrirme. No puedo hablar con nadie ahí dentro.
Primitiva.- ¿Hablar? Te dije que te dejaras la cabeza en casa.
Eremita.- Imposible, sin cabeza no soy nadie.
Primitiva.- Pues piérdela un poco, y déjate llevar por el... (canta) ritmo de la noche...
Eremita.- Sí, me voy a dejar llevar, pero a la cama. ¿Oye, cómo que no ha venido Crisantra, con lo que le gusta a ella bailar?
Primitiva.- Bah. Dice que tiene un examen muy importante la semana que viene.
Eremita.- ¡Qué responsable!
Primitiva.- Dirás qué esclava. Está siempre con el rollo del deber. ¿Para cuando va a dejar lo de vivir?
Eremita.- ¿Y por qué es una esclava? ¿No lo ha decidido ella?
Primitiva.- ¡Qué va a decidir! Son esas ideas que le han metido en la cabeza, de ser una hija modelo, y labrarse un futuro, y patatín y patatán. Me apuesto lo que quieras que estaría deseando venirse con nosotras.
Eremita.- Ya. Y si sigue sus deseos, entonces sí que es libre.
Primitiva.- Yo soy libre cuando hago lo que quiero. Vosotras lo pensáis todo demasiado. Especialmente tú, filósofa.
Eremita.- Bueno, yo también hago lo que quiero. Pero tengo que pensar antes qué es lo que quiero.
Primitiva.- Los deseos no se piensan, tía, se sienten, y se viven.
Eremita.- Pareces un anuncio de refrescos. Yo no creo que ser libre sea dejarse llevar por el primer deseo que tengas. Para eso ya están las cabras.
Primitiva.- Pues sí. Y a veces me parece que los animales...o los niños... son más libres que nosotros, sin tantas ataduras y deberes, sin estar siempre pensando en el mañana... ¡Hay que vivir el presente, no existe otra cosa!
Eremita.- Vale. Por eso prefiero ser consciente de él, y no atontarme ahí dentro. Hablando de presente, mira quien se presenta ahora.
Primitiva.- ¡¡¡Crisantra!!! ¡¡¡Has venido!!! ¡¡Anda, vamos a bailar, que a Eremita no le deja el cerebro!!
Eremita.- ¿Cómo que has venido, Cris?
Crisantra. ¡Hola a todas! Pues no sé. La verdad es que no me apetecía salir. Pero hace mucho que no os veo, y he hecho el esfuerzo. Creo que debo pasar más tiempo con mis amigas ¿De qué discutíais?
Eremita.- De tí, y de lo que quieres hacer.
Crisantra.- ¿Yo? Pues bailar. ¿No es eso lo que hay que hacer aquí?
Primitiva.- Sí, eso es lo que-hay-que-hacer. No tienes remedio. Anda, vamos...



El cómo hemos de vivir no es una cuestión separable de cómo creemos que es realmente el mundo. Si pensamos que es un lugar ordenado sujeto a leyes racionales, quizás debamos vivir de forma ordenada y racional. Si creemos, en cambio, que el mundo es una explosión de energía ciega sin otro fin que el de existir, tal vez la vida humana no haya de ser muy distinta. En su obra El Nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche popularizó los términos “apolíneo” y “dionisíaco” para designar estas dos actitudes opuestas ante el mundo y la vida.
Según Nietzsche, la actitud “apolínea” (de Apolo, dios griego del orden y la medida) es la de aquellos que rechazan la vida mundana y se dan a la vida ascética y contemplativa, fiándola a la existencia de “otro” mundo más racional y más justo, que sería el verdadero. Esta ilusión metafísica y religiosa es, para Nietzsche, la gran mentira sobre la que se ha construido la civilización occidental hasta hoy, en que la ciencia y la filosofía no pueden ocultar por más tiempo que “Dios ha muerto”, esto es, que la realidad y la vida humana carecen de una finalidad trascendente y de explicación alguna que quepa encerrar en conceptos.
La actitud dionisíaca, representa, por el contrario, la aceptación entusiasta de la vida como parte de ese estallido ciego, sin más sentido que el de la pura voluntad de existir, que es el mundo. La vida ha de ser entonces entrega igualmente ciega y apasionada a esa danza salvaje que es la realidad. Vivir por vivir, diciendo  a todo, al dolor y al placer. Vivir como Dionisos, el dios griego de la embriaguez, sin freno, sin la carga de la tradición, ni la promesa de ningún futuro, poseídos por el espíritu liberador y extático de la música, pues solo existe el instante presente repetido, una y otra vez, rítmico como un latido.
¿Tiene razón Nietzche, al afirmar que el mundo carece de razón? ¿Es la entrega apasionada al presente el único sentido que cabe dar a la vida? El propio Nietzche pensaba que este modo de vivir era pleno, pero también trágico. ¿Podemos realmente vivir y ser felices sin dotar a nuestra vida de proyectos y fines que la trasciendan?

¿Qué dices tú? ¿Es mejor una vida dionisíaca que apolínea?

Guión: Víctor Bermúdez . Actores: Eva Romero, Gema Ortiz, María Ruíz-Funes. Voces: Mónica Burgoa, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Relativismo moral

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Covadonga.- Pues no, chica, no pienso como tú: para mí, el sexo sin amor es algo feo, algo muy… animal.
Felisa.- ¿¡Y qué tiene eso de malo!? También es animal comer, dormir, cuidar a las crías… Lo que pasa es que tú tienes una educación religiosa. ¿Vosotros que decís, creéis que está mal enrollarte con alguien que no conoces, por placer?
Madriguero.- Yo lo que creo es que es una discusión bastante absurda, y que no podríais poneros de acuerdo por muchas vueltas que le deis: si algo es bueno o malo, es asunto totalmente subjetivo: a cada uno puede parecerle una cosa, y todo el mundo lleva razón, porque en realidad nadie la lleva.
Felisa.- Bueno, sí, dilo así, estoy de acuerdo…
Covadonga.- ¿Qué dices? ¿Todo vale, entonces?
Madriguero.- Lo que digo es que, qué vale o qué no, no está escrito ni en el cielo ni en la tierra. Las cosas son azules, rugosas, alargadas, calientes… pero yo no veo la bondad ni la maldad por ninguna parte.
Covadonga.- ¡Pues yo la veo por todas, sobre todo la maldad…! ¿Entonces matar, robar, mentir… está bien?
Madriguero.- No está ni bien ni mal, te digo: está bien para quien lo hace, y mal para ti y para mí. Si estuviera, sin más, bien o mal, lo veríamos todos así.
Covadonga.- ¿Es que crees que el que hace algo malo, no lo sabe?
Madriguero.- Cree que está bien, por lo menos la mayoría de las veces. ¿Crees tú que Hitler pensaba que estaba haciendo un mal? Lo terrible es que él pensaba que estaba haciendo un gran bien…
Covadonga.- ¡Ajá, lo terrible, dices tú mismo! Pero, según tú, no estaba haciendo mal…
Madriguero.- Ni bien. Hacía algo que a muchos nos disgusta, por eso digo que es terrible, pero a la naturaleza eso le da igual.
Felisa.- Bueno, el otro día el profe de Biología dijo que tenemos una actitud genética al altruismo, y eso.
Madriguero.- Ya, porque beneficia a la especie, pero eso no quiere decir que sea bueno ni malo.
Covadonga.- Espe, di algo, que yo sé que tú no estás de acuerdo…
Espe.- Es que este tema me desconcierta mucho. Por ejemplo, Madriguero, dices que no vemos lo bueno y lo malo, pero si le enseñas fotos de los Campos de Concentración a la gente, todo el mundo dirá que es horrible.
Madriguero.- Menos los nazis y sus admiradores…
Espe.- Yo creo que un nazi también lo ve horrible, aunque piense que era mal necesario porque se trataba de enemigos de la raza superior y todas esas terribles tonterías que creían ellos.
Madriguero.- Vale, ¿y…?
Espe.- Pues que hasta los nazis que no estén mal de la cabeza, ven malo matar, como ven azul el cielo; y creen tener razones, aunque están terriblemente equivocados: tú mismo has dicho que creían que estaba bien, no que creían que no estaba ni bien ni mal. Pero, si fuera como tú defiendes, que lo bueno o malo es totalmente subjetivo, la gente no se empeñaría en justificar lo que hace, ¿no?
Madriguero.- Lo intentamos justificar para ganarnos al otro a nuestra causa.
Espe.- ¿Quieres decir que, cuando damos argumentos de lo que hacemos, estamos mintiendo a los demás, o incluso a nosotros mismo…? ¿Por qué elegimos cada uno “nuestra causa”?
Madriguero.- Entonces, ¿tú crees que las cosas son en realidad buenas y malas?
Espe.- Ya te digo que me parece un tema difícil, pero, sí, creo que es bueno para un ser vivo alimentarse y es malo enfermar, es bueno para todo el mundo el placer y malo el dolor, es buena la paz, el conocimiento, la amistad… Aunque a veces pueden resultar malos por chocar con un bien mayor, y a veces no lo vemos como es. ¿No puede haber errores morales, como hay errores matemáticos?
Madriguero.- Ok, pues demuéstrale geométricamente a Felisa que no sea tan picos-pardos, o a Cova que no sea tan remilgada. O, mejor todavía, demuéstrate a ti misma que es bueno que quedemos este sábado tú y yo…
Espe.- Ja, ja… Demuéstramelo tú.



¿Son lo bueno y lo malo algo totalmente subjetivo, es decir, algo que no tiene ninguna base en cómo son realmente las cosas? Este es uno de los temas más discutidos a lo largo de la historia de la filosofía.

Los científicos dicen que hay una base biológica para que valoremos lo que valoramos: la colaboración, tener empatía, etc., es necesario para la supervivencia. Pero este hecho no significa que la moral sea objetiva en un sentido profundo, puesto que deja abierta la pregunta: ¿por qué deberíamos valorar lo que valoramos?, ¿por qué es buena, por ejemplo, la supervivencia? Una cosa es que por naturaleza (o por educación) actuemos de cierta manera, y otra totalmente diferente que debamos actuar así o que eso sea objetivamente bueno.

Pero, entonces, ¿qué base podría tener la moral? El subjetivismo y el relativismo siempre han argumentado que no existen hechos o características morales, como sí existen colores y tamaños. Y la prueba es que no hay un acuerdo ni saber universal sobre ello, sino que distintas culturas e individuos, tienen gustos o preferencias diferentes y contrapuestos. ¿Es, entonces, irracional nuestra moral? No del todo: somos irracionales si queremos cosas inconsistentes, como estar sano pero comer de manera insana. Pero no es propiamente irracional ni inmoral no querer estar sano, o incluso morir. ¿Cuál es la base, entonces, de principios tan compartidos como Los Derechos Humanos? Esto se debería, simplemente, a un gran acuerdo o consenso de la mayoría.

Los filósofos objetivistas, en cambio, piensan que nuestras valoraciones morales tienen alguna base objetiva. Al menos –argumentan-, actuamos siempre suponiendo tal cosa: exigimos a los otros que reconozcan lo que es bueno o malo, y nos pedimos argumentos, también a nosotros mismos: “¿debo valorar esto como lo valoro?” he aquí una pregunta pertinente, si las hay. Además, según han argumentado, por ejemplo, Hilary Putnam y Thomas Nagel, cuando calificamos algo de bueno, lo referimos a ciertas características objetivas, y si estas cambiasen, cambiaría su valor, lo que no tiene sentido si el valor es arbitrario. Esto se expresa diciendo que las cualidades morales “supervienen” objetivamente a otras cualidades no morales: existe, por ejemplo, un buen pan, un buen clima… ¿hay, también, una buena manera de vivir una vida humana? Esto nos conduce a lo que ya creyeron algunos filósofos antiguos, como Aristóteles: hay una esencia de cada cosa, también una esencia humana, y lo bueno consiste en la realización de sus cualidades propias. Ahora bien, ¿no será esta teoría de la “esencia” una manera de pretender obligarnos a comportarnos de cierta manera? Por ejemplo, si suponemos que hay la esencia de Mujer y de Varón, eso parece justificar que se nos diga: “tienes que comportarte como lo que eres, como una Mujer, o como un Varón”, con lo que se anularía la libertad de cada uno para elegir su propia vida. Pero, por otro lado, si no hay una esencia humana, ¿cómo decir que ciertos actos atentan contra la dignidad del Hombre? ¿Puede reclamarse una Justicia, si la moral es subjetiva y relativa?


¿Qué crees, lo bueno y lo malo, el valor de las cosas, es algo subjetivo, o tiene un fundamento real? 

Guión: Juan Antonio Negrete . Actores: Eva Romero, Jonathan González, Gema Ortiz, María Ruíz-Funes. Voces: Mónica Burgoa, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Homosexualidad.

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    Crisantra.- (Ruido de wasaps...)... ¡¡No me lo puedo creer!!
    Primitiva.- ¿Qué wasap, tía?
    Crisantra.- Mi profesora de biología, María Montaña, que es... ¡gay!
    Primitiva.- ¿Gay? ¡Qué dices! Si acaso será lesbiana.
    Crisantra.- Pues eso. Que la han visto en el cine dándose besos con otra mujer.
    Primitiva.- ¿Y por eso va a ser lesbiana? Yo le doy besos hasta a mi perro.
    Crisantra.- Qué no. Besos-besos, en los morros. Si hasta le han hecho una foto con el móvil.
    Eremita.- Yo ya lo sabía. La vi un día con su pareja. Son amigos de mis padres. Y tienen una niña preciosa.
    Crisantra.- ¡Tía, y no has dicho nada!
    Eremita.- ¿Por qué iba a decirlo?
    Crisantra.- ¿Cómo que por qué? ¡Es mi profesora! ¡No me lo puedo creer!
    Primitiva.- Pues a mi me parece estupendo. ¡Si se quieren!
    Crisantra.- Pues a mi eso no me parece... No sé... No me parece muy natural.
    Eremita.- Tampoco es natural una transfusión de sangre, o practicar la castidad, y ya ves, nadie dice que eso sea malo.
    Crisantra.- ¿Y te parece normal que un niño tenga dos madres? Los niños necesitan un modelo femenino y otro masculino. Lo dicen los psicólogos.
    Eremita.- Supongo que no todos. Además, a mi me parece que este no es un problema científico, o de psicólogos, sino más bien moral.
    Primitiva.- Eso. Lo que importa es cómo sean los padres, y cómo eduquen a sus hijos. No lo que tengan entre las piernas.
    Crisantra.- ¡¡Qué bruta eres, Primitiva!!
    Eremita.- La verdad es que yo...
    Crisantra.- ¿Tú qué?...
    Eremita.- Hace años. Antes de conoceros a vosotras. Tenía una amiga, y éramos muy íntimas...
    Crisantra.- (Interrumpiéndola) ¡¡Eremita!!
    Primitiva.- ¡¡Calla, déjala que hable!!
    Eremita.- … Bueno, que teníamos una relación muy especial. Y muy tierna.
    Crisantra.- ¿Eras... lesbiana?
    Eremita.- (Con nostalgia, y muy tierna) No...O no creo... Tenía quince años. Y nos gustaba abrazarnos. No sé. A mi siempre me han gustado los chicos. Pero también me gustaba darme besos y abrazos con ella.
    Primitiva.- ¿Y? ¿Qué paso con vosotras?
    Eremita.- Se fue con sus padres a otra ciudad. Durante un par de años nos mandamos mensajes muy cariñosos. Y luego perdimos el contacto.
    Primitiva.- Qué pena.
    Eremita.- Yo creo que ella sí era lesbiana. Pero nunca me lo dijo. Lo que si me decía era que sus padres estaban muy preocupados con ella, y que la llevaban a un psicólogo.
    Crisantra.- Hay gente que piensa que eso es una enfermedad.
    Primitiva.- ¡Pues hay que estar enfermos para pensar eso!
    Eremita.- Me temo que sus padres eran de esos... ¡Tengo que volver a llamarla! Es una chica superalegre y muy interesante. Pasábamos tardes enteras charlando y escuchando música en su cuarto.
    Primitiva.- ¡Qué historia! Me ha puesto romántica.
    Crisantra.- A ver si te vas a enamorar de nosotras.
    Eremita.- Yo os quiero mucho a las dos.
    Crisantra.- Y yo tamb... Ay, callaos ya.
    Primitiva.- Jajaja... ¡Crisantra, ven aquí, y dame un beso!...




Las relaciones afectivo-sexuales entre personas del mismo sexo han recibido un tratamiento muy diferente según el momento histórico o la cultura de que se trate. La “homosexualidad” como tal, fue acuñada por la medicina del siglo XIX que empezó a pensar en términos de “enfermedad” lo que había sido pensado antes en términos de pecado. Hoy se suele pensar en términos de diferencia sin que hayan desaparecido del todo las ideas negativas, con frecuencia entremezcladas. Se trata de una cuestión compleja.

Habitualmente, las ideas de “natural” y “anti-natural” han funcionado como criterios de aceptabilidad y de censura de la homosexualidad. Se consideraba que este tipo de relaciones eran contrarias a la naturaleza y por eso indeseables. Ahora bien: ¿qué entendemos por natural?, ¿es siempre lo natural lo mismo que lo deseable?, ¿hasta qué punto decir que estas conductas no son naturales responde a una determinada moral de origen religioso que se intenta “colar por la puerta de atrás”?

Hoy en día, a medida que la idea de individuos que se autogestionan ha ganado peso en nuestra cultura y la sexualidad se considera algo privado e íntimo, queda más desfasado cualquier proyecto de “normalizar” desde arriba los placeres y los afectos de esos individuos. Si las personas homosexuales viven plenamente su sexualidad y se realizan, ¿qué motivos hay para ponerles trabas o censurar su conducta?

Ahora bien: aceptar a los homosexuales, ¿implica automáticamente aceptar, por ejemplo, que puedan adoptar niños? Los motivos que se aducen en contra están basados en una forma o naturaleza determinada de familia. Pero la antropología ha demostrado que nuestro modelo habitual de familia es solo uno más entre tantos. ¿Debería ser el único? ¿Deberían los y las homosexuales imitar, además, ese modelo?

¿Qué piensas de todo esto? ¿Representa la homosexualidad un modelo de relación y de convivencia familiar tan respetable como el heterosexual? ¿A qué podría deberse la censura moral que, en ocasiones, acompaña a las relaciones homosexuales?

Guión: Víctor Bermúdez y Francisco Molina Artaloytia . Actores: Eva Romero, Gema Ortiz, María Ruíz-Funes. Voces: Mónica Burgoa, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.