Quine



Hemos conseguido una entrevista con uno de los filósofos más importantes del siglo XX, el americano Willard Omar Quine, Quine para los amigos… de la filosofía, o sea, vosotras, vosotros y yo mismo. Le interrumpimos en una de sus aficiones preferidas, tocar el banjo.

Querido profesor, en nuestro programa intentamos acercar a la gente, a grandes filósofos como usted, sin embargo, con los contemporáneos nos cuesta un poco, porque tienen ustedes un lenguaje poco común… Por ejemplo, sus textos están llenos de fórmulas lógicas y palabras técnicas…
Quine.- Bueno, en realidad uso muy poquitas, una o dos por artículo, pero son necesarias: se trata de ser preciso en lo que dices, como hacen los científicos. Eso sí, ¡no vayas a meter en el mismo saco las fórmulas que usamos algunos con los galimatías que usan otros!
Pregunta.- ¿Cree usted que la filosofía puede ser como la ciencia?
Quine.- La filosofía es parte de la ciencia. No puede ser tan exacta como la física porque trata de cuestiones muy generales, casi puramente lógicas. Esa es toda la diferencia. No es la reina o de la ciencia, ni nada parecido.
Pregunta. –Vayamos a eso de lo que trata. La gente cree que los filósofos se preguntan por el sentido de la vida, de qué es lo bueno y lo bello… Pero en sus libros no hay casi nada de eso, o cuesta mucho verlo.
Quine.- Como dijo Wittgenstein, ¡pero no cumplió!: de lo que no se puede hablar es mejor callarse. Sí, nos gustaría poder decir algo preciso sobre esas grandes cuestiones, pero lamentablemente no podemos.
Pregunta.- Entonces, ¿de qué se puede hablar?
Quine.- Yo creo que solo la ciencia dice cosas que puedan ser verdaderas o falsas, porque, como se ha dicho tantas veces, es la que se atiene a la experiencia, a lo que podemos comprobar.
Pregunta.- Los filósofos se han preguntado siempre, por ejemplo, qué es real y qué es solo aparente, qué cosas existen. Sé que usted tiene algo que decir al respecto…
Quine.- Bien, a la palabra existir se le ha dado demasiada importancia tradicionalmente: no es para tanto. Decir que algo existe no es más que decir que una teoría científica implica que hay tal cosa, o, dicho más técnicamente, que aparece en la parte cuantificacional de una proposición. O sea, si yo digo, “algunos peces vuelan” me comprometo con que existen los peces. Pero no todo lo que ponemos así en el lenguaje corriente, es necesario ponerlo realmente ahí. Y, por supuesto, no todo sustantivo se refiere a una cosa real: ahí están los unicornios y los cuadrados redondos. Mi lema, en esto, es la sana navaja de Occam: vive y piensa con el menor número de cosas posible.
Pregunta.- ¡Vaya, eso ya tiene cierto parecido con una opinión moral!
Quine.- Es verdad, pero no te hagas muchas ilusiones: es una mera regla pragmática. Lo importante es si algo funciona: todo nuestro conocimiento se pone a prueba en la práctica.
Pregunta.- Un pensamiento es correcto si es práctico. Pero ¿práctico para qué?
Quine.- Muchacho, me intentas tirar de la lengua, y podría decirte muchas opiniones mías sobre ese para qué vivimos, cosa que me preocupa tanto como a ti. Pero entonces dejaríamos el terreno de lo que se puede decir rigurosamente, o sea, con pruebas, y pasaríamos a una tertulia literaria o a la barra de un bar. ¡Lo que no es nada despreciable! Te invito a una cerveza y hablamos todo lo que quieras de las profundidades insondables de la vida.
Pregunta: ¿Se lleva usted el banjo?
Quine.- ¡Claro! El filósofo, por cierto, es un poco como el artista del banjo: puede ser muy divertido y sonar muy bien, si uno se trabaja la técnica de las cuerdas y las púas.



Quine ha sido uno de los principales filósofos del siglo XX, en la rama analítica, presente sobre todo en los países anglosajones. Quine radicalizó el empirismo, esto es, la teoría de que todo nuestro conocimiento procede de la experiencia. Su radicalismo le llevó, curiosamente, a desmontar lo que él llamó algunos dogmas poco empiristas del empirismo, tales como que pueda distinguirse nítidamente, por un lado, los hechos empíricos, y, por otro, la teoría: el conocimiento forma un todo, que se presenta entero, según Quine, ante el tribunal de la experiencia. Si no funciona, tendemos a cambiar lo menos posible (esta es su “máxima de la mutilación mínima”. Su honestidad intelectual le llevó a reconocer que ciertas entidades abstractas, como los números, son ineliminables del lenguaje científico, de modo que tenemos que aceptar que existen, en el sentido en que Quine le da a esta palabra. Quine representa el caso extremo de lo que se llama cientificismo o naturalismo: todo lo que puede decirse con rigor, lo dice la ciencia. La metafísica es un uso confuso del lenguaje. Y la ética, la estética o la religión, son objeto del sentimiento, no del conocimiento: no son ni verdaderos ni falsos.

¿Qué piensas tú? ¿Es cierto que solo la ciencia puede producir verdadero conocimiento? ¿No es posible hablar con rigor de lo bueno, lo bello, del sentido de la vida o cualquier otra cuestión filosófica?



Guión: Juan Antonio Negrete. Actores: Jonathan González, Víctor Bermúdez y Antonio Blázquez. Voces: Chus García  y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.

Empiristas y racionalistas.

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Queridos cavernioyentes, hoy traemos un extraño diálogo, captado en uno de los sótanos de la caverna, entre un cavernisofo empirista y otro racionalista. Oigamos y pensemos...

E: (Exaltado) ¡Los hechos! ¡El experimento bien hecho! Gracias a eso el conocimiento ha avanzado a pasos de gigante desde la revolución científica hasta nuestros días.
R: O sea, que la verdad es lo que se corresponde con los hechos...
E: ¿Pero es que no lo ves?
R: Mmm...¿Y cómo estás seguro de que esta idea que tienes de la verdad es la verdadera?
E: No te entiendo.
R: ¿Por qué crees que sólo es creíble lo que se ve? ¿Ves también...eso? ¿Se demuestra con algún experimento que los experimentos son la forma adecuada de... demostrar?
E: ¡Por favor! Todos aceptamos que la realidad es lo que vemos, y que la verdad es lo que coincide con lo que vemos. ¡Es de sentido común!
R: Sí, es solo sentido común. Pero dejemos eso. ¿Qué pasa entonces con las verdades lógicas o matemáticas, como que dos más dos son cuatro? ¿También dependen de hechos visibles?
E: Pues sí. Los conceptos matemáticos son una abstracción a partir de la experiencia. Vemos cosas iguales, pero distintas, y de ahí obtenemos el concepto de cantidad o número... (Tajante) ¡Todo conocimiento es “a posteriori”!
R: (Simula dudar) No sé qué pensar.
E: ¿Por qué?
R: Si la verdad proviene de la experiencia entonces... toda verdad es problable.
E: ¿Cómo probable?
R: Bueno, depende de lo que observamos en el mundo ¿no? Pero como ese mundo cambia a cada instante la verdad que es ahora podría no ser verdad luego...
E: Cierto. Todas las verdades son probables.
R: Incluso la verdad de que toda verdad es probable tendría que ser probable, y también ésta última, y ésta, y… ¡Llegaríamos a la conclusión de que el conocimiento es absolutamente improbable!
E: (Un poco irritado) Eso es una exageración sin... fundamento empírico.
R: Tal vez. ¿Pero de veras crees que las verdades matemáticas son “probables”? ¿Sería posible concebir un mundo en que dos más dos fueran cinco?...
E.: No lo sé...
R.: Además, dices que aprendemos los números a partir de la experiencia. Pero, ¿no te parece que para tener la experiencia de dos, tres o cuantas cosas sean, hay que conocer antes los números?
E: ¿Cómo? ¿Insinúas que los bebés vienen al mundo sabiendo aritmética? ¡Eso es ridículo! Nacemos sin saber nada, y menos aún matemáticas. ¡Con lo difíciles que son!
R: Pero si los bebes nacieran sin ninguna capacidad lógica, ¿podrían aprender algo? Yo creo que necesitarían, al menos, algunas reglas. Como esa que permite abstraer a partir de la experiencia...
E: Hum. Vale. En eso tienes razón. ¡Pero eso no significa que sepamos ni matemática ni nada al nacer!... Simplemente, el cerebro humano cuenta con mecanismos con los que procesar la información desde que empieza a recibirla.
R: ¿Es entonces la lógica una especie de mecanismo cerebral?
E: Digamos que el cerebro funciona de cierta forma, y a eso le llamamos "lógica".
R: Mmm.. No sé si es muy lógico creer que las leyes lógicas estén ahí, entre las neuronas, obligando a que se comporten de cierta forma...
E: Bueno, tendríamos que saber mucha psiconeurología para discutir de esto.
R: ¿Sí? Bueno... Pasemos a otro tema. Si la verdad depende de lo que veo, la verdad sólo será mi verdad. Pues mis visiones son personales e intransferibles. El conocimiento empírico sería así, además de probable, muy subjetivo. ¿No crees?
E: (Muy seguro) ¡No, no lo creo! Una observación científica no es lo que ve una persona cualquiera, sino lo que ve un grupo de expertos.
R: ¿Y cómo pueden saber que ven lo mismo?
E: Pues porque lo describen de forma parecida.
R: O sea, que al final la verdad no es la correspondencia con lo que se ve, sino con lo que dicen que ven un grupo de expertos.
E: Claro.
R: ¿Y cómo sabremos si su interpretación es correcta?
E: Porque son expertos en su ciencia. Ya te lo he dicho. Saben mucho.
R: Pero yo creía que decías que el saber depende del ver. Y ahora me dices que es el ver el que depende del saber. (Simulando perplejidad) Esto del empirismo no es nada fácil.
E: Saber y ver dependen uno del otro.
R: ¿Y son igual de dependientes? ¿Se puede ver sin saber? ¿Podríamos ver algo de lo que no tuviéramos...ni idea?...
E: Habría que pensarlo.
R: Sí, mejor pensarlo que verlo.

¿Qué piensas tú? ¿Qué es más importante para conocer: la razón o la experiencia? ¿Se piensa según lo que se ve, o se ve según lo que se piensa?

Guión: Víctor Bermúdez . Actores:  Jonathan González, Víctor Bermúdez. Voces: Antonio Blázquez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.



Nietzsche y Platón: diálogo en la cumbre.

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Una tarde que andaba solo por el monte vi y oí dialogar a dos imágenes, que me parecieron las de Platón y Nietzsche. Se pararon cerca de mí, sin notar mi presencia, y miraron hacia la ciudad, al pie de la montaña, donde las gentes comerciaban, y reían y lloraban.

Nietzsche.- Míralos. Con sus afanes de siempre. Viven como amodorrados.
Platón.- Desde luego.
N.- ¡Pocos tienen la triste necesidad que tú y yo, la de pensar!
P.- ¿Necesidad, dices? ¿No será Libertad?
N.- Más valdría vivir, y no pensar.
P.- Y ¿qué es vivir sino pensar? ¡Nada!
N.- Y todo.
P.- ¿Les envidias?
N.- No, ellos ni piensan ni viven. Tú, aunque no existes, por lo menos piensas, y yo… Tú y yo somos un principio y un final. A mí me hubiera gustado ser ya otro principio, el de sólo vivir, pero he tenido la misión de ser sólo su anuncio…
P.- ¿De verdad crees eso? Pensaba que lo decías para consumo del vulgo.
N.- Quizás sea así. Si te digo la verdad, nunca he distinguido bien qué digo con convicción y qué digo en broma.
P.- Mejor así. Quien no vive en la ironía, malvive en la ignorancia. Pero, contéstame, ¿quién crees que viene después de quién, tú de mí o yo de ti?
N.- ¿¡lo preguntas en serio!? Sabes que lo que tú hiciste, eso que llaman Metafísica, ya no puede volver. Yo sólo he puesto el punto final que estaba pidiendo a gritos.
P.- Pero ¿no dices que todo se repite?
N.- ¿Me vas a decir que tú crees en el círculo, en el eterno retorno?
P.- No, eso es cosa de dioses… o de piedras. A los que, como tú o yo, estamos a medio camino entre unos y otros, nos cuadra mejor una espiral. Tú y yo somos puntos del mismo ciclo, pero los más alejados, y por eso los más cercanos, si trazas un corte en la espiral. ¿Sabes que en mi época hubo alguien muy parecido a ti?
N.- ¿A quién te refieres?
P.- A Calicles. Muchas de las cosas que dices las repetía él: que si el valor de las cosas lo decide la voluntad del fuerte, que si la filosofía es cosa de enfermos y que momifica cuanto toca… ¡Sí! Amaba la vida…
N.- ¿Y crees que tú le refutaste?
P.- No, yo no, lo hizo Sócrates.
N.- ¡Sócrates! ¡Ese santurrón!
P.- Sócrates fue el hombre más exigente, y el más valiente. ¡Compara tu vida o la mía con la suya!: tú y yo somos sólo pensadores: él era un vividor.
N.- También fue quien más se engañó a sí mismo. Para parecer más fuerte que Calicles tuvo que envenenar la vida con ideas. Es muy triste que los que son simple rebaño se hayan hecho con el poder.
P.- Amigo, eres una de las mentes más sensibles a la tragedia humana, al dolor, a la angustia, no me cabe duda… Y, ¿no es ese el problema para los filósofos?
N.- Sí. Lo que nos diferencia es las respuestas que damos.
P.- Tú has dicho a veces que tu filosofía es la contraria a la del viejo Parménides. Él dijo que todo es Uno y lo mismo, eterno, inmóvil; tú, que todo es diverso, cambiante, pasajero…
N.- Así es.
P.- ¿Y qué vamos a hacer entonces con vosotros? ¡Prescindimos de uno de los dos?
N.- O de los dos. Pero si prescindís de mí, os quedáis sin enemigo, ¡y entonces sí que os quedáis del todo secos y tiesos!
P.- Y ¿qué pasa si prescindimos del viejo Parménides? Tú has escrito: si eliminamos el mundo verdadero, no nos quedamos con el aparente…
N.- Exacto.
P.- Y has dicho, quizás, más verdad de la que crees. Sin lo Inmóvil, todo tu pensamiento se queda en la sombra. ¡Ya sí que podrías dedicarte sólo a lo que tú llamas vivir!: nada de pensar. Sólo a hacer nuestra santa voluntad, aquí y ahora.
N.- Como dioses.
P.- O como piedras. Pero los que vivimos en la mezcla no podemos prescindir de lo Uno y lo Otro, de lo Mismo y lo Diferente, de lo Eterno y lo Cambiante.
N.- Total, que somos pura contradicción. Y eso es lo que digo yo, al fin y al cabo.
P.- ¡No estaría mal que tú y yo estemos diciendo lo mismo! Pero falta un detalle: el amor, que es siempre búsqueda de unidad, y no ese revoltijo de lo uno y lo otro sin saber por qué.
N.- Has estado a punto de embrujarme otra vez. Pero no conseguiréis que me meta en la secta. Prefiero mi soledad en la nada que vuestro paraíso lleno de sonrisas sacerdotales.
P.- Dicho así, casi me embrujas tú a mí.
N.- ¿Bajamos?
P.- Vamos.
N.- ¿Qué les diremos a las gentes?
P.- Tú diles, una vez más, que Dios es, en realidad, el Hombre. Yo seguiré diciéndoles que el Hombre es, en realidad, Dios.
N.- ¡Sí! ¡Así podrán seguir diciendo que somos unos puros chalados!
P.- Pero a la vez no podrán prescindir de nosotros: somos su conciencia.
N.- ¡Qué vanidoso eres! Eso también lo comparto contigo.

(Y siguieron su paseo, bajando la ladera, mientras se hacía de noche).

Platón y Nietzsche son dos extremos de la reflexión filosófica. ¿Dónde te sitúas tu? ¿Eres platónico o nietzscheano?


Guión: Juan Antonio Negrete. Actores: Jonathan González, Víctor Bermúdez y Antonio Blázquez. Voces: Jonathan González y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.