Falacias


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A.- ¡Bah, paso ya de leer!
B.- ¿Y eso?
A.- Deberíamos dejar de rayarnos tanto con la filosofía.
B.- ¿Por qué?
A.- Por que no puede ser bueno. Hay que pasarlo bien y no pensar tanto. Ya lo dice el refrán: “si quieres ser feliz como dices, no analices, amigo, no analices”.
B. - Pues yo me lo paso bien pensando.
A.- Bah, eso no cuenta. Tu eres un friki.
B.- Pues anda que tú, que estás todo el día con los videojuegos. Eso sí que es malo.
A.- ¿A sí, y por qué?
B.- Se lo oí a un psicólogo en la tele, vale.
A.- ¡Ya estamos con los psicólogos! Mis padres me quieren llevar a uno.
B.- No me extraña. Estás mal tío. Tienes problemas de integración social.
A.- ¡Anda! No lo sabía. ¿Y por qué si puede saberse?
B.- El psicólogo de la tele dijo que los adolescentes con problemas de integración social desarrollan conductas obsesivas como jugar continuamente a los videojuegos. Justo lo que haces tú.
A.- Ya. ¿Y no serás tú el que, como todos los empollones, tienes problemas con la internación esa?
B.- Integración, se dice “integración social”, que no sabes ni hablar. Claro, cómo vas a saber nada, si suspendes tres de cada dos asignaturas.
A.- ¿Y qué con eso?
B.- Qué dada la cantidad de suspensos y cursos repetidos que llevas, siempre serás un ignorante.
A.- ¡Eso es falso!
B.- ¿Por qué?
A.- Por que sé muy bien en donde darte con el puño para que te quedes repasando en casa durante un mes, listo ¿Quieres probar mi sabiduría?
B.- ¡Ja! ¿Crees que con la violencia arreglas algo?
A.- Nadie ha demostrado que no lo arregle, por lo tanto...
B.- ¡Buah! Me callo. No merece la pena ni contestarte.
A.- ¡Ah! ¡¡Eso quiere decir que tengo razón!!
B.- ¡Qué va a querer decir eso, hombre!
A.- Pues está claro. Si te doy un argumento y tu te callas eso es porque mi argumento te ha hecho callar. Causa y efecto. Así de fácil, chaval.
B.- Qué no hombre. Que no tienes razón ni por casualidad.
A.- ¿Ah, no? ¿Y por qué? Tu lo sabrás que eres tan listo.
B.- No lo entenderías. Fuiste sietemesino, y boy scout. Estás marcado para siempre.
A.- Eso es broma, ¿no?
B.- Y además soy mayor que tu, y tengo más experiencia. Por lo tanto, tengo razón.
A.- Eso es una estupidez.
B.- ¿Cómo? ¿Es que vas a despreciar a tus abuelos, a la gente mayor, a tus padres que se han sacrificado durante años por ti? ¡Toda esa gente mayor que tu, y que tu desprecias olimpicamente, es la que ha levantado este mundo en el que tú te pasas el día jugando a los vídeojuegos! ¿Te enteras?... ¡¡Eres un desagradecido!!
A.- ¡Pues tu haces lo mismo! El otro día me dijiste que el profe de filosofía no tenía ni idea de nada. Y ese es bastante mayor que tu y que yo.
B.- Sí, pero eso es distinto... Yo si puedo tener más razón que alguien mayor...
A.- ¡Qué morro! ¿Y por qué tu sí y yo no!
B.- ¡Por que lo digo yo, vale, que soy más razonable!
A. ¿Tú más razonable que yo?
B.- Hombre, a la vista esta. Uno que dice que los psicólogos no tienen ni idea, que lo único que hay que hacer para ser feliz es jugar a los videojuegos, y que hay que faltar el respeto a los ancianos no me parece que sea para nada razonable...
A.- ¡Increíble! ¡Así no se puede discutir nada!


La inmensa mayoría de los razonamientos del diálogo que has oído son falacias.
Un falacia es un razonamiento que, aunque pueda parecer correcto o lógico, es realmente falso o no válido.
Detectar las falacias es un ejercicio muy útil para defendernos de los que, conscientemente o no, las emplean en el ámbito público, en los medios de comunicación, o en la vida social.
Nosotros mismos podemos estar incurriendo en ellas cuando pensamos o justificamos nuestras opiniones.

¿Serías capaz de reconocer alguna de las falacias que contiene el diálogo?

Guión: Víctor Bermúdez . Actores:  Jonathan González, Víctor Bermúdez. Voces: Inma Morillo, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.





Diálogo con el diálogo

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A. – Oye, ¿has oído el nombre de este programa?
B..- Sí. Diáloalgo en no sé qué cabe.
A. - ¿Dialoqué?
B. - Diá-lo-go
A. - ¿Y eso qué es?
B. - ¿Y tú me lo preguntas?
A.- Sí, ¿por qué?
B.- Porque creo que es lo que hacemos ahora.
A.- ¿Qué?
B.- Pues hacernos preguntas e intentar contestarlas juntos.
A.- O sea, hablar.
B.- Sí, pero de una forma especial.
A.- ¿Cómo?
B.- Pues así, como tú y yo ahora. Qué en lugar de hablar para contar algo, o para organizar una fiesta, o para confesarnos las penas, o para jugar... pues...
A. (Impaciente) ¿Qué?
B. Hablamos para saber lo que no sabemos.
A. Para aprender.
B. Sí, para aprender.
A. Decía no se quién que es así como hablan los filósofos.
B.- No todos. Los filósofos también dialogan acerca de cómo deben hablar.
A.- O sea que...
B.- Es raro, sí. El diálogo está en todas partes, porque es... como pensar.
A.- ¿Pensar? ¿Y qué es pensar?
B.- Pues, no sé. ¿Como hablar con uno mismo?
A.- Como hablar con el hombre que siempre va conmigo, decía un poeta.
B.- Sí, pero con alguien que no te de voces como un loco.
A.- Ni órdenes como un dios o un tirano.
B.- Eso es: alguien que esté contigo de igual a igual.
A.- Es curioso.
B.- ¿Qué?
A.- Según parece, eso del diálogo se puso de moda justo cuando los hombres empezaron a pasar de los dioses y los mitos.
B.- Sí. Hablar con ellos mismos, y no escuchar voces de dioses, viene a ser lo mismo que pensar y conocer por ellos mismos, y no conformarse con escuchar mitos.
A.- Oye. Se me ocurre que nuestra vida debería ser como... ¡Un gran diálogo!
B.- ¿Y cómo sería eso, poeta?
A.- Siempre inquieta y afanosa. Siempre de camino a otra cosa. Como si el horizonte nunca se pudiera acabar.
B.- Ni las ganas de llegar a puerto.
A.- Ni lo uno ni lo otro.
B.- Y lo uno y lo otro. Porque cuando tienes lo uno vuelves a querer... lo otro. Una y otra vez.
A.- Así es, y así somos.
B.- Los dos. Uno y otro.
A.- Sí. Porque si fuéramos uno y uno, no seríamos dos.
B.- Jajaja. Es verdad. Seríamos uno.
A.- Y no habría diálogo.
B.- Ni razones, ni amor...
A.- Ni argumentos, ni besos...
B.- Ni programas de radio.
A.- ¡Qué disparate!
B.- ¡Qué pena!
[va bajando el sonido hasta que se pierde y mezcla con la sintonía]
A.- ¿Pena? ¿No hay pena sin su otro, la alegría?
B.- Pues yo siempre he soñado en una alegría sin penas.
A.- ¿Y un sueño es tu mejor argumento?
B.- No. Piensa y responde: ¿puede haber una alegría sin penas?
A.- Si es la alegría que se siente al recordar penas pasadas, no. Pero si es otra, creo que sí.
B.- Esta bien. ¿Y pena sin alegría?
A.- Mmmm. No sé. Porque la pena siempre se acrecienta al recordar la alegría.
B.- ¿Y no pasa lo contrario?
A.- ¿Que la alegría se acreciente al recordar penas pasadas? No se...




Desde muy pronto, los filósofos defendieron que el modo adecuado de buscar la verdad era el diálogo o, como dijeron algunos, la dialéctica.
Algunos pensaron que esto era así por ser el conocimiento una actividad necesaria y constantemente abierta a la controversia, esto es, al examen de los argumentos contrarios y la consecuente revisión de los propios, algo que se aseguraba en la discusión con los demás.
El Sócrates de los diálogos platónicos practicaba un diálogo que llamaba “mayeútico”, que mediante preguntas sucesivas, y en un tono a veces irónico, buscaba alumbrar en otros la certeza de la propia ignorancia y la entrega al deseo de saber.
Más allá de una lógica o método de conocimiento, que era como lo entendían los filósofos clásicos, algunos pensadores modernos, como Hegel o Marx, inspirados por el viejo Heráclito, concibieron la dialéctica como el modo mismo en que se desarrolla la realidad o bien esa parte suya que es la historia.
Según Hegel, de la toma de conciencia de lo que el llama Espíritu, en diálogo consigo mismo, depende el desenvolvimiento de todo lo real. Para Marx, la historia de desarrolla merced al conflicto entre clases y la superación dialéctica del mismo.
En la actualidad, el diálogo sigue concibiéndose como un método idóneo en la comprensión de las cuestiones más controvertidas, como son las filosóficas, pero también como el medio más adecuado en la resolución política de problemas sociales, e incluso personales e interpersonales, a través de lo que se llama la filosofía práctica o terapéutica.

Guión: Víctor Bermúdez . Actores:  Jonathan González, Inma Morillo. Voces: Inma Morillo, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.


Heráclito y la lengua.

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(Sonido de forja)
Lengua.- (con más sorpresa que indignación) ¿¡Oye, qué haces!?
Heráclito de Efeso.- Te estoy trabajando
L.- ¿¡Cómo!? ¿Quién eres tú?
H.- Eso no importa. Importa lo que somos juntos.
L.- ¿Ah, sí? ¿Y qué somos?
H.- Tú eres la Lengua Griega, mi lengua materna, mi madre de habla. Por eso te trabajo. ¿Te hago daño?
L.- No, me haces algunas cosquillas, rebuscando por aquí y por allá…
H.- Recuerda que me diste permiso.
L.- Sí, sí: si todos mis hijos lingüísticos tenéis ese derecho, si es que no es algo más que derecho… Pero los otros no me trastean tanto.
H.- Es que los otros trabajan de ti, no a ti.
L.- ¿Y qué se supone que hay que trabajarme? ¿Qué es eso que haces con tanto trajín?
H.- Solo intento que digas lo que quieres decir, y que lo digas como tú sabes.
L.- ¿Lo que yo quiero decir y como sé decirlo…?
H.- Sí, aunque quizás no sabes bien que lo quieres y que lo sabes decir. Pero para eso estamos nosotros, tus hijos
L.- Y, ¿se puede ver algo de eso que haces?
H.- Mira, ven. Mira cómo me dices que la guerra es el padre y rey de todo: Pólemos PáNToNmen Patér esti PáNToN de basileus, ¿no oyes el Pon Pan Pant de los tambores de guerra?
L.- (escéptica) Sí… pero eso es una coincidencia.
H.- ¿Coincidencia? Mira cómo dices que el fuego se cambia por todas las cosas y todas las cosas en fuego, lo mismo que el oro por todas las mercancías y todas las mercancías por oro. Escucha [pronunciar las H como aspiradas]: PYRóste ANTAmoibe TA PANTA kai PYR HAPANTon HokosPeR JRisú JRémata kai JRemáton JRYSÓS. ¿Ves como PYR, fuego, se mezcla con PANTA, todo. Y JRisós, oro, con JRémata, mercancía, y cómo al JRYSÓS, oro, suena como PYRÓS, fuego, con solo cambiar la P de Panta por la J de Jrémata, riquezas?
L.- ¡Vaya!
H.- Y he encontrado otras muchas “coincidencias”, como tú las llamas. Solo hay que cambiar las palabras de sitio, ponerlas en forma de espejo unas con otras, quitar o poner verbos…
L.- Y ¿qué quieres conseguir con eso?
H.- Ya te lo dije: que digas lo que quieres decir, de manera perfecta. O sea, que te parezcas a tu madre la Lengua Universal, que habla a través de todos los hombres, y quiere que vayan concordes lo que dice y cómo lo dice.
L.- ¡Estás hecho todo un poeta! Y no te oculto que me halaga que seas capaz de verme con esos ojos, y escucharme con esos oídos. ¿Puedo saber tu nombre, aunque dices tú que no importe?
H.- Me llamo Heráclito
L.- ¡Vaya, como Heracles, el principal héroe griego, que tomó su nombre de la madre de los dioses! ¡Qué coincidencia! Creo que, gracias a ti, yo no estaré nunca del todo muerta.
H.- Ni yo, gracias a ti.




Conservamos apenas 130 fragmentos del libro que se dice que escribió el filósofo Heráclito de Éfeso, allá por el siglo V a.c. De ellos, algunos no son citas literales. De entre los que sí lo son, unos cuantos muestran que Heráclito trabajó con todo cuidado cada una de las palabras. Por eso, sus aforismos suenan como sentencias dichas por un oráculo, como si viniesen directamente de la boca de Apolo.

Él mismo dijo, no obstante, que “el dios cuyo templo está en Delfos, ni dice ni oculta, sino que señala”. Ese dios es Apolo, al que Heráclito precisamente ni dice ni oculta sino que señala. Como queriéndonos decir que el lenguaje (también el lenguaje que es el pensamiento) ni nos pone directamente en contacto con las cosas ni nos las oculta, sino que nos da indicaciones, signos, indicios… para que las encontremos, porque, como también dijo, “a la naturaleza le gusta esconderse”.

¿Qué crees: hasta dónde debemos cuidar la expresión cuando queremos decir algo? ¿Hay que llegar al punto de Heráclito de intentar que incluso el sonido de las palabras se parezca de alguna manera al mensaje? ¿Qué relación hay entre el lenguaje y las cosas?

Guión: Juan Antonio Negrete. Actores: Jonathan González e Inmaculada Morillo.  Voces: Chus García y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.