Las penas.






Covadonga.- Chicos, estoy indignada.
Espelunca.- ¿Por qué, Covadonga, qué te pasa?
Covandonga.- ¿Os acordáis de esa pandilla, dos chicos y dos chicas, que acosaron a aquella compañera hace poco más de un año?
Madriguero.- ¿Aquella muchacha que se acabó tirando por un puente?
Covagonda.- Esa. Pues ¡resulta que el juez les deja ya en libertad! ¿No os parece tremendo?
Madriguero.- Sí, es muy fuerte.
Covanga.- Ellos ya por ahí sueltos, tan campantes; y la chica, muerta, y su familia, su padre y sus hermanos, destrozados para siempre. ¡Menuda justicia!
Espelunca.- Sí, a todos nos suena muy duro…
Covadonga.- ¡Venga ya, Espelunca, que te conozco, y sé que tú no lo ves tan mal y tienes alguna disculpa para los acosadores y asesinos!
Espelunca.- A ver, Covadonga, ¿tú qué crees que habría que hacer con ellos?
Covadonga.- ¿Qué?, pues, aunque suene incorrecto hoy en día, hacerles lo mismo que han hecho…, o que se pudriesen en la cárcel.
Espelunca.- ¿Y así aprenderían, o compensarían el daño que han hecho?
Madriguero.- Lo que sí te puedo decir, Espe, es que la familia se quedaría más tranquila; y mucha parte de la sociedad, también lo vería justo. ¿Tú no?
Espelunca.- No lo sé, la verdad, me desconcierta este tema. Si lo pienso fríamente, no puedo dejar de creer que esos muchachos cometieron un tremendo error, del que seguramente se arrepentirán toda su vida ¡Y, si no se arrepienten, todavía me parecen más desgraciados! ¿Sabemos, además, qué historia tenían detrás, que les llevó a acosar a aquella pobre niña?
Cova.- ¿Lo ves?, ¡tú siempre disculpando a los malvados! Pues que sepas que no eran unos muertos de hambre, sino unos hijos de papá, que tenían de todo.
Espelunca.- ¿Y te parece poca desgracia…? ¿No dicen que las penas tienen que servir para reinsertar a los delincuentes en la sociedad?
Cova.- A mí eso me parece una chorrada: sabían perfectamente lo que hacían, y tienen que pagarlo.
Madriguero.- Pero, Cova, ¿tú, que eres creyente, no dices que hay que perdonar?
Cova.- No tiene nada que ver. Tienen que recibir el castigo que merecen, y ya veremos si la familia de la chica, o Dios, les perdona. ¿Qué sería de este mundo, si no?
Espelunca.- A lo mejor es como dices, Cova. Si me dejo llevar por el dolor, también yo siento odio. Otras veces, en cambio, pienso que esa justicia del ojo por ojo es solo venganza. ¿Es bueno dejarse llevar por el deseo de venganza? ¿No hemos visto cómo con educación se han ido cambiando conductas que antes eran vistas como normales?
Cova.- Lo que no puede tolerarse es que unos sigan disfrutando de la vida a costa de la vida de otros.
Espelunca.- ¡Uf!, ¡pero eso es lo que pasa en cada momento, aunque a muchas formas de explotación y abuso no las llamemos crimen!




¿Cuál es la pena justa? Hay diversas teorías filosóficas acerca de este problema:
Según una de ellas, defendida por Kant por ejemplo, la única función de la pena es devolver a uno su propio acto, puesto que uno tiene que responsabilizarse de lo que hace libremente. De modo que la pena más justa es, siempre que sea posible, causarle al culpable el mismo daño que él ha causado. Kant afirma, incluso, que un asesino con integridad moral reclamará para sí mismo la pena de muerte. Esta concepción del el “ojo por ojo y diente por diente” coincide con los más viejos códigos morales de la humanidad, incluidas las normas que el Antiguo Testamento atribuye a Moisés, e incluso puede encontrarse en el fragmento de filosofía griega más antigua que conservamos, una frase de Anaximandro donde se describe la muerte como el justo pago que unas cosas se dan a otras por haber osado nacer. Si bien este código nunca se ha aplicado tal cual, puesto que siempre se ha tenido en cuenta el puesto social del culpable: la ley siempre ha sido infinitamente más dura con los súbditos, ciudadanos modestos y las mujeres que con los nobles, ciudadanos de la élite y varones.

En la edad moderna ha ido poco a poco percibiéndose esa concepción penal como “bárbara”, y sustituyéndose por sistemas penales más “suaves”, si bien no siempre con la aprobación de toda la sociedad. La justificación de la pena ya no es tanto devolver lo hecho sino servir de ejemplo disuasorio, reinsertar al delincuente y evitar que se cometan futuros crímenes. Se trata, básicamente, de una justificación utilitarista.

El papel de reinserción que contemplan los modernos códigos penales se basan en la idea, de origen ilustrado (y con precedentes en la ética socrática), de que los delitos proceden de la falta de educación ética y cívica, asociada a condiciones sociales de precariedad y alienación. Así, campañas de educación social han conseguido eliminar o reducir conductas que antes se veían como normales (por ejemplo, la violencia sobre las mujeres o sobre los niños).

Por último, algunas posturas de crítica radical contra el sistema penal, como por ejemplo la llevada a cabo por Michael Foucault, ven en las penas una herramienta o “dispositivo” para modelar a las personas, de acuerdo con los deseos o designios de los que detentan el poder social.

¿Qué piensas tú? ¿Cómo deberíamos castigar al delincuente, si es que hay que hacerlo? 

Guión: Juan Antonio Negrete . Actores: Jonathan González,  Eva Romero, Laura Casado. Voces: Chus García, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.




No hay comentarios:

Publicar un comentario