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Crisantra.-
(Recitando como Julieta de Shakespeare, muy afectadamente). ¡¡Oh,
Romeo, Romeo... Rechaza tu nombre, que no forma parte de ti, y tómame
a mi toda entera.
Petronilo
(Recitando como Romeo, con oficio, apasionado): Te tomo la palabra,
oh Julieta. Llámame solo "amor mío" y seré nuevamente
bautizado. ¡Desde ahora mismo dejaré de ser Romeo!
Crisantra:
(Recitando como Julieta, cada vez más afectada y artificiosa) ¡¡Oh,
solo tú nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no
Montesco!
Petronilo
(Sale del papel, enfadado): ¡Se acabó, yo no sigo!
Crisantra.-
¿Pero qué pasa, Petronilo?
Petronilo.-
Pasa que no te metes en el papel, Crisantra. Yo no veo a Julieta por
ninguna parte. Solo a tí imitando a la condesa de Romanones.
Crisantra.-
¡Muy gracioso! ¿Y cómo quieres que haga de Julieta de verdad, aquí
en mitad del parque, en vaqueros y con un Romeo con gafas como tú?
Petronilo.-
¿Qué tiene eso que ver? Julieta no es como es por llevar un vestido
o ir maquillada, eso solo lo piensan los malos actores.
Eremita.-
Tiene razón, Crisantra. Tienes que meterte en la piel del personaje,
hablar y pensar como lo haría una joven enamorada. Tienes que ser
Julieta.
Crisantra.-
¡Pero, Eremita, cómo voy a ser Julieta! ¡Yo soy yo!
Eremita.-
En vez de recitar el papel, intenta meterte en su mente. Los
personajes, igual que las personas, son por lo que tienen en la
cabeza.
Crisantra.-
O sea, que voy y me cambio el cerebro.
Eremita.-
Quién habla aquí de cerebro. A ver, ¿tú que eres, un montón de
neuronas?
Petronilo.-
No tantas, no tantas.
Crisantra.-
!Eremita, dile a ese Romeo tuyo que se calle!
Eremita.-
A ver, lo que hace a las personas es su vida interior, su
consciencia.
Crisantra.-
¿Y qué pasa, qué soy una inconsciente?
Eremita.-
Noooo. Mira, tu consciencia es... como esa vocecita que te habla por
dentro y con la que vas pensando en todo lo que pasa.
Crisantra.-
¡Vale, ahora escucho voces!
Petronilo.-
Mira, Eremita, lo que pasa es que Crisantra no se ha trabajado a
fondo el personaje.
Crisantra.-
¡Narices, me sé el texto mejor que tu y que Shakespeare juntos!
Petronilo.-
Ya. Pero ¿te has imaginado cómo era la vida de Julieta, su historia
antes de conocer a Romeo, sus emociones, o las razones que tendría
para elegir enfrentarse a toda su familia?
Eremita.-
¡Eso es lo que yo quería decir antes: su vida interior!
Petronilo.-
Si fueras consciente de todo eso dirías mejor el papel, no como
ahora que pareces un loro.
Crisantra.-
¿Pero, Eremita, cómo voy a meterme dentro de la mente de alguien?
Además, ¡si Julieta ni siquiera existe!
Eremita.-
Pues eso mismo hacemos a todas horas. Hasta jugando con alguien, que
te digo... al ajedrez, intentas pensar en como pensaría el otro...
Petronilo.-
Lo mismo que cuando quieres timar o engañar a alguien.
Eremita.-
O ser bueno con él...
Petronilo.-
Tienes que construir un personaje de ficción, como lo hace el autor,
metiéndote en la mente del personaje para pensar y hablar como él.
Eremita.-
Eso, creerte que eres Julieta.
Crisantra.-
Vale, lo he entendido. A ver (concentrándose en voz alta para
actuar): ¡¡Soy Julieta!! (seductora) ¡Preparate Romeo!
Eremita.-
Eh, eh. Sin pasarse (risas)
Crisantra.-
Tranqui. Que somos personajes de ficción. ¿No lo sabías?
La
explicación de la consciencia, ese misterioso fenómeno por el que
experimentamos el mundo en primera persona, o la autoconsciencia,
mediante la que experimentamos y nos representamos nuestros propios
estados mentales, e incluso los ajenos, constituye uno de los mayores
desafíos de la filosofía y la ciencia contemporáneas. Responder a
este desafío supondría dar un paso fundamental en la comprensión
de nuestra propia identidad como personas.
Para
algunos autores, la experiencia consciente resulta por principio
indescriptible, al ser ella misma condición de toda posible
descripción. La subjetividad, la perspectiva en "primera
persona", nunca podría captarse objetivamente a sí misma. Sin
embargo, la mayoría de los llamados filósofos de la mente se
han esforzado por elaborar explicaciones que logren reducir la
consciencia a entidades o procesos objetivamente detectables.
Una
de ellas propone describir la consciencia y la autoconsciencia humana
como procesos ligados al uso del lenguaje. A principios del siglo
pasado, el psicólogo ruso Lev Vygotsky descubrió que, a cierta edad, los niños interiorizan el diálogo
que mantienen con los adultos o con otros niños en la forma de un
monólogo interno silencioso; el de su propio "yo"
interior. Así, la consciencia y la autoconsciencia se podrían
entender como una especie de narración íntima mediante la que el
sujeto organiza su vida mental, constituyéndose como el protagonista
y el autor de dicho relato. Como afirma el filósofo Daniel Dennet
[dénet], nuestra identidad personal podría ser el producto, y no el
origen, de la historia que nos contamos a nosotros mismos, y a los
demás, sobre quienes somos.
Más
allá, y desde esta misma perspectiva lingüística de la conciencia,
algunos filósofos y psicólogos evolutivos han querido explicar uno
de los rasgos que más netamente parece distinguirnos de los
animales: la capacidad para atribuir estados mentales a otros sujetos
y, por así decir, "ponernos en su lugar". Según algunos
de estos filósofos, el lenguaje facilitaría la detección de las
creencias de los demás y, así, su reconocimiento como sujetos
dotados de mente y consciencia. Otros, como John Searle, han objetado que este argumento no resuelve el problema de
distinguir entre humanos con mente y máquinas parlantes. La
consciencia, entonces, habría de contener algo más que mero
lenguaje autorreferencial: quizás una suerte de sentimiento de
interioridad y pertenencia que, aún hoy, no sabemos describir en
términos objetivos.
¿Qué
piensas tú? ¿En qué consiste la consciencia? ¿Tendría algo que
ver con el lenguaje y con ese hábito que tenemos de hablar solos, y
en silencio, con nosotros mismos?
Guión: Víctor Bermúdez . Actores: Jonathan González, Eva Romero, Laura Casado. Voces: Chus García, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.
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