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Todos.-
(Cantan) ¡Cumpleaños feliz... Te deseamos, Eremita, cumpleaños
feliz!
Eremita.-
(Emocionada) Ay, que sorpresa. De verdad. No me lo esperaba.
Crisantra.-
¡Venga, unas palabras!
Todos.
- ¡Qué hable, que hable!
Eremita.-
Ay, no sé. La emoción no me deja.
Petronilo.-
¡Pide un deseo!
Primitiva.-
¡Venga, Ere, que ya eres mayor de edad, puedes hacer lo que te de la
gana!
Eremita.-
... ¿Sabéis qué me gustaría?
Petronilo.-
(Emocionado) Va, dilo
Crisantra.-
Pero no salgas con lo de la paz en el mundo y esas cosas, ¿eh? Un
deseo en serio.
Eremita.-
Me encantaría que algún día viviéramos todos juntos, en una casa
grande con un jardín, lleno de niños, y que nos dedícaramos todo
el día a hacer lo que quisiéramos, y a ser amigos siempre...
Primitiva
(con alegría). ¡Guay, una comuna, me apunto!
Petronilo.-
¡¡Y yo!!
Crisantra.-
Sí, hombre. Todos revueltos. ¡Eso quisieras tú, Petronilo!
Primitiva.-
¡¡Amor libre!!
Eremita.-
No solo amor, todo. Cada uno haría lo que más le gustase, y cuando
quisiese. ¿Os imaginais?
Crisantra.-
¿Y de qué íbamos a vivir?
Petronilo.-
Podríamos trabajar por temporadas. Y...tener un huerto... Y
compartirlo todo.
Eremita.-
¿Os lo imaginais? Hasta educaríamos a los niños nosotros mismos...
Crisantra.-
Sí, como los hippies. ¿Y como íbamos a organizarnos? Habría que
poner normas.
Primitiva.-
No, de normas nada. ¡Vivir libres!
Crisantra.-
Tú estas como una cabra.
Primitiva.-
¿Qué pasa?
Crisantra.-
¿Cómo que qué pasa? ¿Y si te da por... ponerte mi ropa, o a mí
acostarme con tu novio?
Petronilo.-
A mi, si queréis, podéis compartirme, eh.
Eremita.-
Bueno, podría haber normas, pero tendrían que parecernos razonables
a todos.
Crisantra.-
Eso es una utopía, Eremita. La gente no siempre atiende a razones.
Petronilo.-
¿Y por qué no podríamos hablar y ponernos de acuerdo?
Crisantra.-
Porque nos pasaríamos el día haciendo asambleas y discutiendo.
Además, ¿qué pasaría si luego alguien no cumple? Hoy no me
apetece limpiar, ea, se rompió el acuerdo.
Eremita.-
Bueno, seríamos responsables. Si alguien no quiere limpiar, tendría
que dar sus razones, y convencernos.
Crisantra.-
¿Y si no nos convence? ¿O si simplemente le apetece no limpiar, y
ya está? Eso es la libertad, ¿no?
Eremita.-
No. Eso es ser un caprichoso. Yo he dicho que haríamos lo que
quisiéramos, pero uno tiene que saber por qué quiere las cosas, y
explicarselo a los demás para que lo acepten.
Primitiva.-
Yo no entiendo. ¿Y qué les vas a explicar? Si quieres algo lo
quieres, y ya está.
Eremita.-
Pues no, si quieres algo tiene que ser bueno, y razonable. ¿Si no,
cómo lo vas a querer?
Primitiva.-
¿Y quién dice lo que es bueno y razonable?
Eremita.-
¡Nosotros mismos! Hablando. Si algo es razonable tiene que serlo
para todos.
Petronilo.-
¡Buah! Eremita, más vale que pidas otro deseo, este es muy
complicado.
Eremita.
(Decepcionada) ¡Vale!... ¡Qué todos seamos mayores de edad! Pero,
de verdad.
Primitiva.-
¿Y eso qué es?
Eremita.-
Pues que seamos nosotros los que decidimos cómo vivir, sin que otros
tengan que ponernos normas como si fuéramos unos pardillos.
¿Podemos
convivir con los demás sin leyes? ¿En qué consiste la libertad
humana, y por qué habría de sujetarse a normas externas?
Para
responder a estas preguntas los filósofos políticos han imaginado
cómo podría ser la vida humana en un hipotético "estado de
naturaleza" en el que los individuos fueran libres o autónomos,
sin ninguna restricción o norma diferente de su voluntad. Para
muchos, este estado sería humanamente indeseable. La naturaleza
humana, afirman, está sujeta a pasiones egoístas que convertirían
la convivencia en una guerra perpetua entre los deseos de unos y de
otros. Así, para evitar el conflicto, los hombres acordarían
someterse voluntariamente a leyes que obligasen a todos, y a un
Estado que las administrase, incluso mediante la coacción. Este
podría sería el origen o justificación de la política, tal como
lo entendían los filósofos contractualistas modernos.
Para
algunos, en cambio, los hombres deberían poder convivir sin normas
que menoscabasen su libertad individual. Esta teoría, habitualmente
denominada "anarquismo", comprende innumerables variantes
pero, en su expresión más común, afirma que los hombres tienden,
por naturaleza, a cooperar y a respetarse como iguales, y que lo que
impide esta armonía es la desigualdad impuesta por las estructuras
ligadas a la propiedad privada y al Estado. Esta corriente, que en la
modernidad arranca en autores como Rousseau o Proudhon y que alcanza
hoy a muchos de los movimientos sociales alternativos, propone formas
de convivencia basadas en la libre asociación, la ausencia de
coacción institucional, y una economía socializada que entienda el
trabajo como forma de realización personal y no como medio de
enriquecimiento material.
El
anarquismo ha sido criticado por su carácter utópico. Aunque a la
vez, y según algunos, refleja la culminación del ideal de libertad
individual que representó la modernidad. Así, al decir de los
viejos filósofos ilustrados, el fin del progreso humano debía
consistir en el logro de la autonomía o "mayoría de edad"
de los hombres, es decir, en el pleno desarrollo de su capacidad para
vivir bajo la guía de su propia razón. Según el anarquismo, esto
debería suponer, en algún momento, la desaparición de toda coacción
legal o estatal sobre la voluntad soberana de los individuos.
¿Qué
decís? ¿Sería posible vivir, alguna vez, en una sociedad de
hombres iguales en su mayoría de edad y que no necesitaran ya de la
ley y el Estado?
Guión: Víctor Bermúdez . Actores: Jonathan González, Eva Romero, María Ruíz-Funes, Laura Casado. Voces: Chus García, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.
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