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Corría el mes de febrero de 1854.
Hacía algunos días que, en una librería de viejo había dado con
una obra de título algo pomposo: El mundo como voluntad y
representación, escrita por un tal Arthur Schopenhauer.
¿Schopenhauer? ¿Quién era Schopenhauer? Hojeando algunas de sus
páginas caí en la cuenta de que en aquel mamotreto su autor
aseguraba haber encontrado el misterio último del mundo, la esencia
que todo lo envuelve, una extraña e irracional “voluntad de
vivir”.
Me decidí a adquirir el volumen. Al llegar a
casa, y tras comenzar a leer, no pude abandonar el libro hasta que
los primeros rayos de sol hirieron las paredes de mi pequeño
apartamento. ¡La llegada de un nuevo sol! ¡Eso mismo presagiaba
Schopenhauer! En aquel instante, henchido de una desbordada pasión,
puse rumbo a la estación con la esperanza de reunirme con ese hombre
al que casi por instinto consideraba ya mi maestro...
–Maestro, he leído
con fruición su obra principal, y he descubierto…
–¡Descubrir! Todo
estaba ya descubierto. Sólo hacía falta que alguien como yo viniera
al mundo y tradujera la sabiduría milenaria a caracteres
comprensibles para todos. Y aun así habrá quien siga creyendo en
las grandilocuentes paparruchas de ese Hegel...
–La voluntad, qué
singular concepto.
–¿Singular?
¿Concepto? Pero ¿me ha leído usted atentamente? ¿Y dice usted que
se declara discípulo mío? No me haga reír y vuelva a estudiar mis
obras, esta vez con tesón. Desde muy joven cobré consciencia de que
un inamovible motor, tan perverso como inconsciente, hacía mella en
todo lo existente. La voluntad no es un concepto, es nuestra más
sublime intuición, que llegamos a conocer a través de las
confesiones de nuestro cuerpo. La voluntad es lo que envuelve el
universo, lo que le procura movimiento y lo que, a la vez, hace que
todo ser se devore a sí mismo en una perpetua escena teatral.
–¿Teatro? ¿Así
que somos marionetas?
– ¿No ha leído a
los grandes pesimistas de las letras españolas? ¿Calderón de la
Barca, Baltasar Gracián? La más errónea y arraigada creencia del
ser humano es pensar que ha nacido para ser feliz. La voluntad nos
empuja, en una perpetua lucha, a hacernos cargo de desbordados deseos
que nunca encuentran una satisfacción definitiva, y cuando esos
deseos parecen haberse apaciguado, llega al paso el terrible
aburrimiento, que nos convierte en un ser despreciable que deambula a
oscuras en busca de un nuevo deseo que satisfacer.
–Entonces, ¿cómo
podemos alejarnos de ese horrible mecanismo que nos encadena a desear
eternamente?
–La voluntad
acecha, mi querido pupilo, y tenga presente que es tentar al hombre
dejarle elegir. ¡Porque siempre elegirá el mal! Además, no somos
libres, téngalo en cuenta. El determinismo más absoluto imprime su
sello en todo lo que ve. Sólo una lúcida y permanente negación de
esa voluntad, a través del ascetismo más puro, puede lograr acabar
con su funesto imperio.
–¿Y cómo la
negamos? ¿Es el suicidio entonces la salida a este entuerto,
maestro?
–¡Deje de decir
sandeces! El suicidio es, junto a la sexualidad, la trampa más tenaz
que la voluntad nos tiende. Quien comete suicidio no acaba con la
voluntad, sino que se rinde ante ella.
– ¿Qué encuentra
en la sexualidad tan deprimente? ¿Acaso el placer no es también
necesario para caer en la cuenta de que esa voluntad ha de ser
superada?
–El placer nos
vapulea, nos conduce a la envidia y nos hace creer que en este mundo
de ilusiones y quimeras es posible encontrar la felicidad. Métaselo
bien en la sesera: el dolor y el sufrimiento son los goznes del
universo. Sólo ellos pueden hacernos ver que la mejor existencia es
la que pasa indolora, tranquila y soportablemente.
–Por hoy tengo
suficiente materia de reflexión…
-- ¡Jamás se tiene suficiente materia
de reflexión! Tenga por regla bastarse a usted mismo y no depender
de nadie. Guárdese de mantener esperanzas ilusas, y recuerde que
nunca, sin excepción, habrá una victoria sin lucha.
–Espero que nos
volvamos a encontrar, maestro.
–¡Lo haremos! En
el seno inmortal de la voluntad, en la vida eterna de la naturaleza,
o acaso en la nada... ¡Pero léame, léame y descubrirá la
verdad!
Arthur Schopenhauer nace en Dánzig, en
1788. Aunque pasó la mayor parte de su vida bajo la sombra de un
doloroso anonimato, actualmente es considerado uno de los pensadores
con mayor influencia en la filosofía y la literatura de finales del
XIX y todo el siglo XX. Artistas, filósofos y literatos como Pío
Baroja, Richard Wagner, Cioran, Kandinsky, Tolstoi, Thomas Mann,
Beckett, Unamuno, Wittgenstein, Nietzsche, Freud o Borges fueron
grandes lectores de Schopenhauer, hoy reconocido como el padre del
irracionalismo y del pesimismo moderno. A partir de 1850 cobró gran
fama y fue bautizado como “el Buda de Frankfurt”: a él acudían
todo tipo de gentes como si de un oráculo se tratara. Sus días
terminaron en la ciudad alemana de Frankfurt, en 1860, al amparo de
una dulce y postrera fama.
Qué piensas tú. ¿Es la
negación de la voluntad y los deseos el secreto de la felicidad?
(Texto de Carlos Javier González Serrano,
presidente de la Sociedad de Estudios en Español
sobre Schopenhauer).
Guión: Carlos Javier González Serrano . Actores: Jonathan González y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.
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