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Eremita.-
(A gritos). ¡¡¡Primi!!! ¡¡¡Primitiva!!!...
Primitiva.-
(A gritos, con alegría). ¡¡¡Tiaaa!!! ¡¡¡Cómo mola!!! ¡¡Venga,
vamos a bailar!!
Eremita.-
(A gritos) ¡¡¡Oye, yo me salgo un rato, me voy a volver loca!!!
Primitiva.-
(A gritos) ¡¡Bueno, te sigo cortarrollos, pero solo un rato eh!!
Primitiva.-
¿Qué te pasa colega? ¿No te lo pasas bien?
Eremita.-
Sí, pero llevamos cuatro horas, he bailado, he bebido, he gritado...
¿Qué más hay que hacer? Empiezo a aburrirme. No puedo hablar con
nadie ahí dentro.
Primitiva.-
¿Hablar? Te dije que te dejaras la cabeza en casa.
Eremita.-
Imposible, sin cabeza no soy nadie.
Primitiva.-
Pues piérdela un poco, y déjate llevar por el... (canta) ritmo de
la noche...
Eremita.-
Sí, me voy a dejar llevar, pero a la cama. ¿Oye, cómo que no ha
venido Crisantra, con lo que le gusta a ella bailar?
Primitiva.-
Bah. Dice que tiene un examen muy importante la semana que viene.
Eremita.-
¡Qué responsable!
Primitiva.-
Dirás qué esclava. Está siempre con el rollo del deber. ¿Para
cuando va a dejar lo de vivir?
Eremita.-
¿Y por qué es una esclava? ¿No lo ha decidido ella?
Primitiva.-
¡Qué va a decidir! Son esas ideas que le han metido en la cabeza,
de ser una hija modelo, y labrarse un futuro, y patatín y patatán.
Me apuesto lo que quieras que estaría deseando venirse con nosotras.
Eremita.-
Ya. Y si sigue sus deseos, entonces sí que es libre.
Primitiva.-
Yo soy libre cuando hago lo que quiero. Vosotras lo pensáis todo
demasiado. Especialmente tú, filósofa.
Eremita.-
Bueno, yo también hago lo que quiero. Pero tengo que pensar antes
qué es lo que quiero.
Primitiva.-
Los deseos no se piensan, tía, se sienten, y se viven.
Eremita.-
Pareces un anuncio de refrescos. Yo no creo que ser libre sea dejarse
llevar por el primer deseo que tengas. Para eso ya están las cabras.
Primitiva.-
Pues sí. Y a veces me parece que los animales...o los niños... son
más libres que nosotros, sin tantas ataduras y deberes, sin estar
siempre pensando en el mañana... ¡Hay que vivir el presente, no
existe otra cosa!
Eremita.-
Vale. Por eso prefiero ser consciente de él, y no atontarme ahí
dentro. Hablando de presente, mira quien se presenta ahora.
Primitiva.-
¡¡¡Crisantra!!! ¡¡¡Has venido!!! ¡¡Anda, vamos a bailar, que
a Eremita no le deja el cerebro!!
Eremita.-
¿Cómo que has venido, Cris?
Crisantra.
¡Hola a todas! Pues no sé. La verdad es que no me apetecía salir.
Pero hace mucho que no os veo, y he hecho el esfuerzo. Creo que debo
pasar más tiempo con mis amigas ¿De qué discutíais?
Eremita.-
De tí, y de lo que quieres hacer.
Crisantra.-
¿Yo? Pues bailar. ¿No es eso lo que hay que hacer aquí?
Primitiva.-
Sí, eso es lo que-hay-que-hacer. No tienes remedio. Anda, vamos...
El
cómo hemos de vivir no es una cuestión separable de cómo creemos
que es realmente el mundo. Si pensamos que es un lugar ordenado
sujeto a leyes racionales, quizás debamos vivir de forma ordenada y
racional. Si creemos, en cambio, que el mundo es una explosión de
energía ciega sin otro fin que el de existir, tal vez la vida humana
no haya de ser muy distinta. En su obra El Nacimiento de la
tragedia, Friedrich Nietzsche popularizó los términos
“apolíneo” y “dionisíaco” para designar estas dos actitudes
opuestas ante el mundo y la vida.
Según
Nietzsche, la actitud “apolínea” (de Apolo, dios griego del
orden y la medida) es la de aquellos que rechazan la vida mundana y
se dan a la vida ascética y contemplativa, fiándola a la existencia
de “otro” mundo más racional y más justo, que sería el
verdadero. Esta ilusión metafísica y religiosa es, para Nietzsche,
la gran mentira sobre la que se ha construido la civilización
occidental hasta hoy, en que la ciencia y la filosofía no pueden
ocultar por más tiempo que “Dios ha muerto”, esto es, que la
realidad y la vida humana carecen de una finalidad trascendente y de
explicación alguna que quepa encerrar en conceptos.
La
actitud dionisíaca, representa, por el contrario, la aceptación
entusiasta de la vida como parte de ese estallido ciego, sin más
sentido que el de la pura voluntad de existir, que es el mundo. La
vida ha de ser entonces entrega igualmente ciega y apasionada a esa
danza salvaje que es la realidad. Vivir por vivir, diciendo sí a
todo, al dolor y al placer. Vivir como Dionisos,
el dios griego de la embriaguez, sin freno, sin la carga de la
tradición, ni la promesa de ningún futuro, poseídos por el
espíritu liberador y extático de la música, pues solo existe el
instante presente repetido, una y otra vez, rítmico como un latido.
¿Tiene
razón Nietzche, al afirmar que el mundo carece de razón? ¿Es la
entrega apasionada al presente el único sentido que cabe dar a la
vida? El propio Nietzche pensaba que este modo de vivir era pleno,
pero también trágico. ¿Podemos realmente vivir y ser felices sin
dotar a nuestra vida de proyectos y fines que la trasciendan?
¿Qué
dices tú? ¿Es mejor una vida dionisíaca que apolínea?
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